Toda la verdad sobre el oso hormiguero

Teatro Olímpia de Huesca, 19 de noviembre de 2016

El humor es algo muy serio. Ya lo tenían muy claro los clásicos griegos, quienes en las Grandes Dionísias presentaban sus obras a concurso: tres tragedias y una sátira. Las cuatro obras giraban en torno a un mismo concepto, y, si bien las tres tragedias buscaban la catarsis del público a través de la ironía trágica, la sátira ejercía de bálsamo recuperador a través de la más salvaje de las críticas a todo poder establecido: al tirano, a los dioses, a ciudadanos con nombre y apellidos que solían estar presentes en las representaciones… No quedaba títere con cabeza. La catarsis a través del poderoso poder de la risa.

Eso es lo que nos encontramos en Toda la verdad sobre el oso hormiguero, sátira, crítica, humor salvaje, sin corrección política alguna, sin filtros, basto, surrealista en algún momento, inteligente en el fondo pero no en la forma, soez, irreverente, destructor y sanador al mismo tiempo.

Raúl Cimas y Julián López dirigen, escriben e interpretan este espectáculo que ahorra en recursos teatrales para centrarse en la palabra. Se ayuda de una serie de breves vídeos que sirven de separación para las diferentes fases del espectáculo. Cada actor asume un rol encima del escenario, Cimas más gamberro e incómodo para según que espectadores, López más naïf y corporal, pero lo que cuenta es que la unión de ambos encaja perfectamente, se complementan.

El público que acudió anoche al Teatro Olimpia de Huesca era muy diferente al que acude normalmente a esta sala, un público que ya sabía lo que se iba a encontrar. El humor desarrollado por estos dos cómicos en programas televisivos como La hora chanante, Muchachada nui o, más recientemente, Museo Coconut, les ha otorgado un gran número de seguidores que acudieron al teatro para recibir en directo una buena dosis de humor chanante. No salieron defraudados. En Toda la verdad sobre el oso hormiguero hay una buena dosis de ese tipo de humor, pero también hay más, mucho más.

En una época en la que la censura se ha disfrazado de lo políticamente correcto, Cimas y López se lanzan al vacío sin red. Disfrazado bajo ese humor cercano al absurdo que les es característico, hay toda una serie de cargas de profundidad que hicieron tambalear a más de uno de los espectadores del Olimpia. Y es que su humor no se anda con chiquitas, dicen las cosas por su nombre y eso, en la situación actual, incomoda. Cargan contra la ley y el orden, contra el sentido común, contra el fascismo, se ríen de la propia profesión de actor, destripan a la vejez…

Dicen de ellos que hacen humor inteligente. No es eso o, al menos, yo no lo veo así. Su humor es una mezcla de muchas cosas, agitadas en una buena coctelera y lanzadas a un público que procesa lo que puede, porque los gags se suceden a un ritmo muy elevado y en algunos momentos las carcajadas que te produce una frase o una situación no te dejan apreciar la siguiente. Evidentemente, subyace una inteligente forma de administrar ese humor, que va desde la astracanada a la chabacanería, pasando por el gamberrismo, el gag visual, la demolición, el clown más puro y lo que ellos denominan el humor idiota, que de idiota no tiene un pelo. No es un humor blanco, para eso ya hay otros artistas. El suyo es un humor duro, certero como un puñetazo, con ciertos momentos de surrealismo, pero basado en una realidad que nos es incómoda.

Y es que el humor, para que sea útil, para que cree una catarsis en el espectador, ha de meter el dedo en la llaga. Y ellos meten el puño entero. Y lo retuercen en la herida, si es necesario. He de confesar que no me reía tanto y tan a gusto en un teatro desde hace más de una década, aunque en alguna ocasión, sus dardos iban dirigidos a temas que hirieron mi sensibilidad. Pero esa es la gracia, precisamente: saber que no hay nada que esté libre de ser objeto de burla.

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De izquierda a derecha: Oso Hormiguero, Raúl Cimas y Joaquín López.

Hablemos del oso hormiguero

Raúl Cimas está soberbio en el papel que le toca interpretar, el de una especie de gruñón salvaje, un matón de puño y verbo. Julián López crea un personaje más cercano a lo que ya conocemos de él, un tipo escurridizo y más físico, un niño grande. Juntos forman una especie de versión manchega de John Cleese y Michael Palin, capaces de llegar a las cotas de humor rastrero y sublime de los dos geniales actores británicos. Desde luego, su humor tiene más conexiones con lo que se hace en el Reino Unido que con la tradición humorística española. Su humor no llega a la profundidad intelectual de un Stephen Fry, de la inteligencia de un Rowan Atkinson o de la salvaje brutalidad de un Ricky Gervais, pero sin duda beben de todos ellos, más que de otros referentes peninsulares. Quizá, lo más cercano que hemos visto sobre un escenario en España era la arrolladora personalidad de Pepe Rubianes.

Aunque lo parezca, no improvisan o, al menos, no demasiado. Sí que van añadiendo o quitando aspectos del espectáculo a medida que van pasando los meses; la actualidad, a veces, es más absurda o idiota que lo que se ve en el escenario. Lo que dicen y hacen está muy medido, estudiado, elaborado. Es posible que surja alguna frase, alguna morcilla, entre bolo y bolo, o que incorporen gags nuevos que jubilan a otras situaciones anteriores. Es un espectáculo vivo, como debe serlo el buen humor, que no depende de la actualidad, pero que tampoco se queda anclado en el tiempo.

En definitiva, Toda la verdad sobre el oso hormiguero es un espectáculo que no dejará indiferente. Cuando acabe la función odiarás o amarás a esta pareja y será para el resto de tu vida. Y eso es lo que les hace grandes, muy grandes. Si tengo la oportunidad, repetiré.