Quiero empezar esta reseña pidiendo perdón. Tendría que haberla escrito hace una semana, pero algo rondaba por mi cabeza. Tenía casi todas las piezas del puzzle bien encajadas, pero una de ellas parecía no casar con el resto, como si formara parte de otro puzzle, de otra fotografía que recomponer. Para explicarlo voy a tener que contarles una historia de abuelo Cebolleta.

Cuando estudiaba en el Institut del Teatre de Barcelona tuve la fortuna de tener como profesor a Josep Maria Carandell, al que considero uno de mis maestros. De él aprendí muchas cosas, especialmente a leer un espectáculo y un texto teatral. Una de las primeras lecciones que aprendí de él es, precisamente, la que no me encajaba en toda esta historia, la que me incomodaba a la hora de acercarme al teclado y escribir este texto. Carandell sostenía que lo más importante de un texto dramático, de una novela, de una película, es el título. Porque si uno va a ver Titanic, lo que espera es ver el hundimiento del mayor transatlántico del mundo, del mismo modo que si uno va a ver King Kong espera ver a un gorila de doce metros de alto secuestrando y enamorándose de una rubia platino. El título nos ha de explicar de forma sutil o explícita lo que vamos a ver, lo que vamos a leer, lo que vamos a escuchar. Y eso es lo que no me encajaba.

Lo digo de antemano, La Zanja es uno de los mejores espectáculos teatrales que van a poder ver en 2018. En esta afirmación no hay peros que valgan. Podremos discutir si estará más arriba o más abajo en el top 5, pero ahí está, sin duda alguna. Por varios motivos pero principalmente porque lo que hacen es teatro al 100%, porque tratan al espectador con honestidad y humildad, porque no engañan, porque le consideran como a un igual, con respeto, dando lo mejor de sí mismos, y eso, créanme, es muy raro de encontrar en el teatro español.

La Zanja es la historia de Miquel (Pako Merino), un ingeniero de una multinacional que se dedica a la minería, que llega a un pueblo sudamericano para iniciar un proyecto de extracción de oro respetuoso con la vida y la cultura de los habitantes del lugar, y de Alfredo (Diego Lorca), alcalde de la población que está radicalmente en contra de este proyecto que llevará el progreso y el desarrollo económico a la población. A medida que va avanzando la historia, otros personajes, todos ellos interpretados por Lorca y Merino, nos acabarán de dibujar la situación real y cómo la extracción del oro irá transformando la vida, la ética y la voluntad de todos sus protagonistas. La historia actual se contrapone con pinceladas de otra acción similar ocurrida cinco siglos antes, el encuentro entre Pizarro y Atahualpa, que produjo nefastos resultados para el imperio Inca y desencadenó la primera fiebre del oro en el continente americano.

Lo que sobre el papel es difícil de explicar se sucede encima del escenario con insultante naturalidad. Merino y Lorca, dramaturgos, directores e intérpretes del texto, van desgranando escena a escena una historia que se sucede con extraña naturalidad. El poder corruptor que en las personas tiene el oro se refleja sutilmente en el texto, avanzando poco a poco pero de forma implacable, transformando a sus protagonistas, convirtiendo en ciudadanos normales en auténticas alimañas. Y eso era lo que no me encajaba. ¿Dónde estaba la zanja? No entendía por qué la obra no se titulaba Oro, por ejemplo. He tardado en darme cuenta de mi error. Ellos tienen razón, el título perfecto es La Zanja. Cuando me he dado cuenta de que la pieza era la correcta pero que la estaba mirando del revés es cuando todas las piezas del puzzle me han encajado perfectamente.

Y es la pieza exacta porque hasta en la escenografía se utiliza la tierra o, mejor dicho, una metáfora de la tierra, en forma de gigantesco felpudo. Bajo esa tierra se esconde el oro, pero también objetos de atrezzo que se convierten en colinas, en relieves del terreno. La tierra se abre, la abren los diferentes personajes, y de ella surge todo lo que corromperá a esa sociedad como si de la caja de Pandora se tratara. Yo me tomé literalmente el título de la obra y en realidad es una metáfora, lo mismo que todos los espectáculos teatrales de Titzina Teatro son una metáfora de la realidad que nos define como seres humanos.

Y es que La Zanja es la más humanista de las obras que he visto de Titzina. El ser humano es el centro de este texto, todo lo demás es la excusa, el conflicto necesario para que haya una historia. Y todos sabemos que sin conflicto no hay teatro. Titzina utiliza el oro como un inmenso MacGuffin para vendernos esta historia, una historia que nos habla de valores, de tradiciones, de lo que es correcto y lo que no lo es, del precio que todos parecemos tener. Esa es la zanja. La zanja de donde sacaremos el oro, la zanja donde enterraremos nuestros ideales, nuestros sueños, nuestros miedos, nuestras vergüenzas, nuestros muertos. La zanja, en definitiva, donde sepultamos nuestra humanidad.

Titzina utiliza pocos recursos teatrales, pero lo hace de forma muy sabia. La escenografía es sobria pero tremendamente efectiva. La iluminación es, como es habitual en la compañía, soberbia. No aparece en escena nada superfluo, todo lo que vemos es imprescindible. El texto está medido hasta la última palabra, destilado como un poema, no hay frase que no esté ahí por algo. El humor con el que ilustran algunos pasajes del espectáculo está colocado estratégicamente para anunciar o presentar hechos fundamentales en el avance de la acción. Y por encima de todo está el trabajo actoral y corporal de Lorca y Merino, magistral. Lo he dicho más arriba y lo vuelvo a repetir: Este espectáculo está en el top 5 del teatro español para 2018 y probablemente para algunos años más. Créanme, otras compañías tienen la fama, pero Titzina es de las pocas que cardan la lana.

Si tienen la posibilidad de ir a ver a Titzina Teatro y dudan entre comprar o no las entradas, sigan las palabras de Gandalf en El señor de los anillos en su lucha contra el Balrog antes de caer al abismo, que al fin y al cabo no deja de ser una enorme zanja: «¡¡Corred, insensatos!!».