Hace años que vengo realizando, periódicamente, entrevistas a reporteros gráficos que han vivido una guerra. Es un oficio que me resulta apasionante. Cada vez que me siento frente a un cámara de televisión o una reportera gráfica que han cubierto conflictos armados o que han estado realizando reportajes fotográficos en zonas de guerra suelo hacerles la misma pregunta: ¿Qué es lo que impulsa a una persona a dejar la comodidad de su hogar, la familia, los amigos, la pareja, hacer las maletas y viajar a una zona del mundo donde la vida no tiene ningún valor? La respuesta, con ciertas variantes, suele ser siempre la misma: «Alguien tiene que contar lo que allí está pasando«.

Esa afirmación es cada día más cierta. A medida que los grandes medios de comunicación van dejando de invertir dinero en este tipo de reportajes gráficos, vamos dejando de ver imágenes de los conflictos armados que están desarrollándose a lo largo del planeta. Los enviados especiales han desaparecido prácticamente del mapa, las cadenas de televisión ya no envían equipos a cubrir una guerra, por no hablar de diarios y revistas. Ahora la guerra la vemos a través de cámaras de infrarrojos instaladas en los drones que bombardean objetivos seleccionados vía satélite o a través de imágenes tomadas con un smartphone y que en una elevadísima proporción son de dudosa credibilidad.

Lejos quedan esos reporteros que ilustraron los grandes conflictos armados del Siglo XX. El Siglo XXI es el de la postverdad, es decir, la mentira científicamente diseñada para ser considerada una verdad. No es algo nuevo, ya lo anunciaba George Orwell hace 68 años cuando publicó 1984, una novela que fue considerada una distopía y que ha resultado ser una profecía más certera que las de Nostradamus. La verdad se reinventa, las imágenes se manipulan y los medios de comunicación venden su alma al mejor postor. El Siglo XIX vio nacer el periodismo y el Siglo XXI lo está viendo morir. Ahora, cualquier imagen que nos llega puede haber sido manipulada, creada o, simplemente, no es de ese conflicto armado. Ya lo vimos cuando nos mostraban imágenes de aves cubiertas de crudo, supuestas víctimas de la Operación Tormenta del Desierto (Kuwait, 1991) y que, en realidad, eran imágenes del hundimiento del Hexxon Valdez (Alaska, 1989); que la realidad no nos estropee un magnífico titular.

Si los mass media no compran las imágenes reales, si la información está cada día más manipulada, si la verdad no interesa, ¿cuál es el futuro del reportero gráfico? ¿Qué sentido tiene ir hasta un conflicto armado, arriesgar la vida y fotografiar aquello que nadie va a poder ver porque, sencillamente, nadie quiere publicarlo? La respuesta la tenemos en el cine documental, el último reducto donde se puede seguir haciendo periodismo de verdad.

Por eso es necesario que existan películas como Diarios de Kandahar, un film que nace de lo vivido por el fotógrafo Louie Palu durante cinco años, de 2006 a 2011, en la ciudad afgana y sus alrededores. Situada en un punto estratégico, Kandahar es clave a la hora de dominar militarmente Afganistán, establecer una cabeza de puente para amenazar a Irán y cortar una posible salida de crudo hacia los dos países que más petróleo consumen: La India y China. Es uno de los puntos vitales en el control de la zona más caliente del planeta.

Louie Palu explica desde su punto de vista lo que es vivir una guerra, lo que es patrullar todos los días con un grupo multinacional de soldados, lo que es intentar ayudar a las personas que viven allí, lo que es luchar contra los talibanes. Pero también podemos ver de forma fría y casi quirúrgica cómo se desmoronan los valores humanos, cómo el miedo y la tensión provocan la deshumanización y la pérdida de la opinión objetiva. También vemos lo aburrida que es la guerra, las tediosas patrullas de reconocimiento en las que no pasa nada, lo irónico de ayudar a quien puede ser tu enemigo.

Y todo ello construido a través de vídeos filmados por el propio Palu mientras no tenía que estar fotografiando. Por ello, no es de extrañar que las imágenes más crudas del film sean, precisamente, aquellas que provienen de sus fotografías. A veces, una ráfaga de fotografías explican una historia mucho mejor que una escena filmada. El film mezcla diferentes técnicas narrativas, tiene un ritmo irregular, sorprendente, como la propia situación de guerra que ilustra. No estamos acostumbrados a ver cine así; aquí los heridos son de verdad, la sangre es auténtica y los muertos no se levantarán cuando acabe la escena, permanecerán eternamente muertos.

Diarios de Kandahar abrirá al espectador una mirada diferente hacia lo que es una guerra, le hará reflexionar, nos acercará un poco más a esa figura siempre enigmática del corresponsal sobre el terreno, una especie en vías de extinción. Tras el visionado de la película, la pregunta sigue siendo la misma: ¿Qué es lo que impulsa a una persona a dejar la comodidad de su hogar, la familia, los amigos, la pareja, hacer las maletas y viajar a una zona del mundo donde la vida no tiene ningún valor? La pregunta sigue sin tener una respuesta satisfactoria.

 

Diarios de Kandahar se proyectará el jueves 12 de enero de 2017 a las 19:30h.

Salón de Actos de la Diputación Provincial de Huesca