El Centro Cultural Manuel Benito Moliner acogió el viernes por la noche una nueva representación de Ligeros de equipaje, el espectáculo creado por Jesús Arbués que le supuso en 2014 estar nominado a los Premios MAX de 2015 en las categorías de Mejor Dirección Escénica y Mejor Autoría Teatral., y el premio a la Mejor Propuesta Teatral en la XVII Edición de la Feria de Teatro de Castilla-León en Ciudad Rodrigo 2014.

En 1939, aproximadamente medio millón de personas cruzaron en apenas quince días la frontera entre España y Francia. Eran personas de todo tipo y condición, aunque abundaba la gente humilde. Llevaban encima todo lo que tenían. Cuando iniciaron su viaje lo hicieron llevándose sus cosas, aquello que más apreciaban. A medida que el viaje avanzaba, se iban deshaciendo de lo que más pesaba. Algunos llegaron a Francia con lo puesto. Por el camino se habían ido desprendiendo de todo lo superfluo porque su objetivo era conservar la vida. En el camino, como los sabios hambrientos de Calderón, otros iban recogiendo aquello que dejaban abandonado los que huían. Miseria sobre miseria.

Aunque es un hecho que se conoce, este episodio, el de la huida de medio millón de personas en apenas dos semanas, es uno de los menos comentados de la Guerra Civil española. Probablemente porque los que marcharon vieron y vivieron cosas que no se pueden explicar. En la huida, los seres humanos somos capaces de hacer lo mejor y lo peor. Ese es uno de los pilares en los que se sustenta Ligeros de equipaje, un espectáculo tan ambicioso en su objetivo como logrado en su resultado final.

Y es que Ligeros de equipaje pretende explicarnos ese éxodo, el porqué y sus consecuencias, a través de los ojos de un anciano que recoge sus cosas porque en breve será llevado a una residencia. Su nieto quiere saber qué pasó en la guerra y el hombre se resiste a explicar lo que vivió. Poco a poco van aflorando los recuerdos, las historias, los personajes. La escenografía nos sitúa en un desván que con sutiles cambios de luz, vestuario o simplemente abriendo un baúl, nos sitúa en un calabozo, un campo de concentración, una habitación, los Pirineos o donde haga falta. La economía de medios, en ese sentido, ayuda a darle credibilidad al relato. Quizás al principio los cambios de iluminación son un poco bruscos, pero en apenas cinco minutos estamos ya inmersos en una historia narrada con un lenguaje más propio del cine, con continuos saltos en la línea temporal y cambios de escenario, pero que explora los enormes recursos del lenguaje teatral para explicarlo al público.

Dos actores, Javier García y Pedro Rebollo, interpretan a todos los personajes. No se necesitan más para explicar esta historia dejando al espectador atrapado desde el primer momento. Precisamente es esa economía de recursos la que confiere al montaje toda su carga dramática y emotiva. Es la fuerza de los hechos, la de la historia que nos cuentan, la que le ofrece al espectador el marco, el contexto, las imágenes mentales necesarias para recrear la retirada. En ese sentido, el inteligente texto dramático juega a favor del espectáculo, le dota del ritmo necesario, juega con los saltos en el tiempo y en el espacio de tal forma que los acontecimientos avanzan a velocidad constante y sin sobresaltos, subiendo y bajando el nivel de expectativa del espectador, dejando respirar al público antes de ofrecerles una escena impactante, explicando con sencillez aquello que es humanamente terrible.

El trabajo actoral es impecable. El dúo protagonista funciona como una maquinaria perfectamente engrasada. Apenas tienen tiempo de hacer transiciones entre personajes y escenas, pero lo hacen, consiguen que veamos a ese nuevo personaje, ese nuevo escenario, esa nueva situación.

Tal y como explicaron en un coloquio posterior a la representación, Arbués apenas tenía siete folios cuando empezaron los ensayos y a partir de ahí fueron trabajando escenas, situaciones y personajes, escribiendo, reescribiendo, añadiendo y eliminando escenas hasta el resultado final. El propio Arbués considera a García y Rebollo como coautores del texto, pues nace del trabajo coordinado entre los tres. Es interesante conocer este dato, quizás es lo que ha acabado dando tanta riqueza al resultado final. El texto se construye con los actores y no a pesar de los actores. Se ajusta a ellos como un guante porque ellos también forman parte de la propia escritura. Será interesante ver en años venideros cómo solucionan otras compañías, otros actores y otros directores la puesta en escena de Ligeros de equipaje.

He visto dos montajes escritos y dirigidos por Jesús Arbués y ambos tienen en común varios aspectos que me parecen muy interesantes. El más destacable es que son espectáculos profundamente humanistas. En ningún momento juzga a sus personajes por sus ideales o por sus hechos y deja que sea el espectador quien reflexione. Otro aspecto interesante es que escribe diálogos ricos en imágenes y situaciones que luego soluciona con la puesta en escena pero que en modo alguno la condiciona, facilitando así a futuros directores de ese mismo texto el poder dar su propia visión de la obra. El tercer aspecto que quisiera destacar es que no da puntada sin hilo, no encontramos ni una sola frase de más o que sea un callejón sin salida. El trabajo de depuración del texto es casi de destilación.

Espectáculos como Ligeros de equipaje son necesarios, más aún en los tiempos que corren. Los protagonistas de esos hechos están muertos o les queda poco tiempo de vida. Cuando ellos fallezcan su memoria perdurará en las imágenes de la época, en los escritos de los historiadores y en la labor divulgativa de espectáculos como este. Pero además lo hace de una forma teatralmente impecable, formalmente envidiable y con un muy alto nivel interpretativo. No se puede pedir más.

Salgo del teatro. Hace frío, estamos a un grado bajo cero. Dos personas se acurrucan en la entrada. Duermen entre cartones y mantas, al raso, aguantando el frío y el viento. Los espectadores salimos ignorando su presencia, haciendo ver que no existen. Pienso en el medio millón de exiliados que protagonizan la obra que acabamos de ver y en lo que tuvieron que vivir y que no hemos aprendido nada y me incluyo en la crítica. Atravieso el parque Miguel Servet camino a casa y paso al lado del estanque. Es casi medianoche y los patos, las pollas de agua y el cisne negro australiano están todos dentro del agua, nadando. Lo hacen para que la superficie del estanque no se hiele y así mañana poder tener una fuente de alimento. Unen sus fuerzas para un fin común: la supervivencia. Llego a casa pensando en si realmente la humanidad no es un experimento fallido de la naturaleza. No aprendemos nada.