La artista catalana actuaba el último fin de semana del Festival Pirineos Sur de este año en una vibrante velada en la que presentaba Toda la vida, un día, un álbum que gira en torno a las distintas etapas de la vida.
Con este disco Silvia Pérez Cruz representaría en directo el ciclo vital a través de cinco movimientos, con una edad y color distinto cada uno. Como ella misma explicaría durante el concierto, Toda la vida, un día está ordenado en cinco movimientos, cada movimiento es una etapa de la vida, una edad y tiene un color, el primero es el amarillo, la infancia, e intentando musicalmente que sea confortable, luminoso y amable; el segundo movimiento es el azul y es la juventud, cuando cada uno se va fuera de su casa y busca lo mas lejano; el tercero la madurez, de color verde, habla de la sencillez cuando después de buscar lo mas espectacular en la juventud, te acabas quedando en ese jardín con las flores que vas escogiendo; el cuarto movimiento es la vejez, de color negro y blanco, todos los colores del mundo, y habla de la virtud, de la lentitud, de habitar profundamente cada instante; y hay un quinto movimiento que es el renacimiento, que es el rojo, el latido, la vida, los que vendrán, que esto no se acaba, y también un empujón para esas pequeñas muertes que se viven y que a veces parece que no podemos mas, y de repente ves una ventana y renaces.
Un repertorio que grabó durante un año, a fuego lento, bajo el influjo de otros artistas y poetas, y en muchos lugares distintos, como Buenos Aires, México o Barcelona, su casa desde los ultimos 20 años. Aunque en la grabación del disco participaron más de 90 músicos como ella mismo relataría, en la puesta en escena bastaron la cantante y tres grandes músicos: Carlos Montfort (violines, percusión, coros), Marta Roma (violonchelo, trompeta, coros) y Bori Albero (contrabajo, coros), que lograrían ofrecer un meticuloso y emocionante espectáculo donde todo cuadraría a la perfección, y en la que destacaría la capacidad interpretativa de la protagonista.
Este recorrido vital comenzaría con una intro de Salir distinto, seguida de la bossa de Ell que no vol que el món s’acabi de bonitos sonidos de guitarra y violines, o La Flor, temas que nos evocaban a una vuelta a la infancia con el primer movimiento.
El segundo, la juventud, sería la parte más experimental, con sintetizadores y autotune y que incluía toques de electrónica como en Aterrados. En Sin, Sílvia mostraría su habilidad con el saxofón para sorpresa de muchos, que desconocían esa faceta.
A pesar de su popularidad se podía comprobar en directo como su humildad prevalece intacta y como casi cada canción era una oportunidad para dar a conocer a otras voces y artistas que la rodean y que forman parte de su patrimonio musical, como por ejemplo hizo en varias ocasiones mencionando a la artista portuguesa Maro, que había sido la encargada de abrir la velada en el auditorio de Lanuza, en un show que gozó de calidez y cercanía junto a la bonita voz de la artista.
El tercer movimiento, la madurez, en el disco se presenta con dúos, y hace alusión a ese momento en que cada uno elige lo que quiere y con quién quiere compartirlo. Llegaba con Ayuda, una canción originaría de Eduardo Cardoso, que grabó en Buenos Aires, siendo un tema de Eduardo Cardoso, y la adaptación de un poema de Martín Fierro, y que la intérprete creía necesaria para contar este ciclo, ya que una de las cosas más importante de la vida es tener la humildad para saber pedir ayuda, porque siempre la necesitamos en algún momento, la cual escenificaron perfectamente en el escenario Silvia Pérez Cruz y Carlos Montfort en un dueto que, originalmente, es junto a Juan Quintero. A continuación interpretaría el precioso tema Mi última canción triste.
La vejez nos dejaría un tono más clásico, con más peso del sonido y de las cuerdas, con temas como Em moro, o Nombrar es imposible, ella con la guitarra y reclamando unos coros bien recibidos.
En catalán, castellano y portugués, la cantante y compositora recorrió los cinco ‘movimientos’ con los que había construido este viaje existencial en el que ordenar la inmensidad y levedad de la vida, haciéndolo etapa a etapa. Cada movimiento tenía una sonoridad distinta: en instrumentos, en los arreglos, en la producción…
Perez Cruz es ante todo belleza y sabiduría en las palabras que acoge en sus canciones, ya sean propias o adaptaciones de otros, y las influencias y estilos musicales que nos encontraríamos a lo largo del concierto fueron variados, como el folk, el jazz o la bossa. El público ovacionó a Pérez Cruz en varias ocasiones, y no era para menos. Resalta su autenticidad y su ternura, y una voz cargada de melancolía. La forma en que convierte un repertorio diverso en algo propio le da una personalidad única.
En casi una veintena de canciones y cerca de dos horas de directo, regaló una experiencia realmente vibrante, llena de contrastes y emociones. Es fascinante como la música puede evocar tantas sensaciones, texturas y conectar con el público de esa manera.
Y un Mañana y Cucurrucucú fueron los temas con los que despedirse junto a un auditorio ya en pie y completamente entregado que coreaba a pleno pulmón cada una de las estrofas.
Celebrar la belleza y la música abrazadas por el precioso Valle de Tena y una pletórica Silvia Pérez Cruz fue un auténtico regalo.