La noche del viernes el teatro del Centro Cultural El Matadero recibió la visita de Titzina Teatro, compañía teatral de Cerdanyola del Vallès que se caracteriza por la gran calidad de sus propuestas teatrales. Acudieron a Huesca con su último trabajo, Distancia siete minutos, una especie de viaje sin retorno en busca de la felicidad, una obra que es más una ironía trágica que no un drama.
La metáfora es magnífica: las termitas habitan dentro de la madera, se alimentan de celulosa, nacen, crecen, se expanden, luchan por su supervivencia contra otras termitas, van horadando sus túneles y se deslizan por el interior de las vigas de casa, por los muebles de pino, por las anticuadas enciclopedias, pero los humanos no sabemos de su existencia, la superficie de la madera está intacta, cuando ves a las termitas ya es demasiado tarde. Del mismo modo, un hombre, el juez Félix Hipólito, interpretado por Diego Lorca, está a punto de cumplir cuarenta años y entra en crisis, aparentemente no pasa nada por fuera, pero por dentro, las termitas de sus emociones le están horadando el alma. A su alrededor, un puñado de personajes nos ayudan a ver este hundimiento emocional, todos ellos interpretados por Pako Merino, pero es sobre todo la relación de Félix con su padre la que centra el interés de Distancia siete minutos.
Volvemos a la metáfora. Si en el primer caso íbamos de algo pequeño, como es la labor de las termitas, hacia lo emocional, en esta ocasión es la distancia la que nos da la magnitud del drama. El juez Hipólito vive a tres paradas de metro de su padre, apenas siete minutos de distancia. Por otro lado, un artefacto científico de última generación, una sonda espacial se aproxima a Marte, el cuarto planeta del Sistema Solar. Lleva en su interior un robot de una tonelada de peso, el Curiosity, probablemente el artefacto tecnológicamente más avanzado creado por el ser humano hasta el momento. Tras un largo viaje de 570 millones de kilómetros, los científicos de la NASA descubren un error que puede llevar la misión al desastre más absoluto. Faltan cuatro días para que se produzca el descenso a la superficie de Marte en una operación de alto riesgo. Esta operación de aterrizaje dura siete minutos a los que los científicos denominan “siete minutos de terror”. De lo humano a la inmensidad del espacio, siete minutos es la distancia que separa el éxito del fracaso.
A pesar de lo que pueda parecer leyendo los dos anteriores párrafos, Titzina Teatro trabaja con elementos muy básicos una historia que puede parecer compleja sobre el papel, pero que en el escentario se sustancia utilizando los elementos más sencillos posibles: luz blanca, pizarras, un sofá, una grabadora, linternas… Consiguen lo que los grandes maestros de la pintura, definir con una pincelada un trazo que, visto desde una cierta distancia, parece de una complejidad hiperrealista. Encima del escenario, ese trazo, esas pinceladas a través de las cuales construyen la historia, funcionan como un reloj suizo. Pako Merino y Diego Lorca, autores, directores e intérpretes de Distancia Siete Minutos, utilizan los elementos teatrales más sencillos para construir una historia que parte desde un cierto tono de comedia para llegar a un clímax dramático de gran intensidad. Por ese viaje emocional iremos viendo transitar toda una galería de personajes, dibujados con una enorme destreza por Pako Merino quien, apenas cambiando la postura corporal o la forma en la que lleva una ligera chaqueta de punto, consigue darles vida y credibilidad, especialmente brillante en la interpretación del padre del juez. Enfrente nos encontraremos a Diego Lorca, quien tiene que mostrar la deriva del juez Hipólito, el hundimiento del alma de este hombre atormentado, y lo consigue obteniendo grandes dosis de verdad en una interpretación emocionalmente muy compleja. Esta puesta en escena requiere de un enorme trabajo corporal, no se puede llevar a cabo si no se tiene una elevada dosis de disciplina, lo cual nos devuelve a lo básico, lo elemental: el cuerpo humano, el actor como centro del montaje, todo lo demás es accesorio.
Ambos actores estudiaron en L’École Internationale de Théâtre Jacques Lecoq, en Paris. Allí se estudia la técnica que Lecoq fue desarrollando a lo largo de toda su vida, una técnica teatral basada en el movimiento corporal y la máscara neutra, muy aplicado en el mundo del mimo pero que, bien trabajado, proporciona excelentes resultados en el teatro de texto. Este trabajo ha influenciado enormemente a grandes creadores de la escena mundial, especialmente la francesa, donde directoras de teatro como Ariane Mnouchkine o dramaturgas como Yasmina Reza son claras discípulas de Jacques Lecoq. Si Lecoq estuviera vivo, se enorgullecería del trabajo de Merino y Lorca.
Distancia siete minutos no es sólo un espectáculo muy bien interpretado. Es, por encima de todo, un gran texto teatral. La creación del espectáculo se ha desarrollado durante dos años en los que Lorca y Merino han realizado una intensa labor de investigación y observación sobre el terreno para, posteriormente, llevar al papel la historia. Tras escribir el texto, buscan a diferentes públicos para hacerles una lectura del mismo y así acabar de pulir los diálogos y las situaciones. Una vez satisfechos con el resultado, llega el momento de la puesta en escena. Esta forma de proceder es compleja, pero les da la oportunidad de estrenar un texto muy trabajado, muy depurado, un espectáculo en el que ya tienen tomada la medida de las emociones del espectador. Por eso funciona con la arrolladora contundencia de una apisonadora. Bueno, por eso y porque tienen talento, mucho talento, claro. La trayectoria de Titzina Teatro no deja lugar a dudas, son cuatro espectáculos creados en quince años, cuatro obras que han dejado a crítica y público rendidos a sus pies.
Trabajar desde la observación, dibujar con trazos y pinceladas un universo entero, está en manos de muy pocos. En la Alemania del período de entreguerras lo hicieron dos creadores: Bertolt Brecht y Erwin Piscator, quienes crearon el teatro épico, parte de cuyas técnicas se utilizan en Distancia siete minutos. También podemos encontrar ecos de la dramaturgia de otros dos autores centroeuropeos más recientes, el también alemán George Tabori y el polaco Sławomir Mrożek, autores en los que el distanciamiento juega un papel fundamental en el desarrollo de la acción sin llegar nunca a abandonar el terreno de la realidad para caer en el surrealismo o el absurdo. A pesar de encontrar ecos de estos cuatro dramaturgos, Lorca y Merino trabajan desde la intuición, sin referentes externos. Sus hallazgos surgen de la observación y el trabajo, llegando a conclusiones similares a las que llegaron los anteriormente citados. No es magia, no es sólo talento, también es mucho trabajo y reflexión.
Luz blanca, linternas, dos puertas, un sofá y un suelo cubierto de virutas de plástico, no se necesita nada más, el resto es teatro en estado puro, es Titzina Teatro.