La programación musical del Centro Cultural Manuel Benito Moliner de Huesca (antiguo Matadero) siempre nos depara pequeñas o grandes sorpresas, no en vano tenemos detrás de ella a Luis Lles, un auténtico experto en la escena musical internacional. Conviene, pues, estar siempre atentos a la oferta musical de este espacio, especialmente si eres de esas personas que disfruta de un buen concierto. El pasado lunes acudí a ver a la banda norteamericana Half Waif gracias a la recomendación que el propio Luis me había hecho unos días antes. Había estado escuchando su música a través de Bandcamp y Spotify y lo cierto es que quedé sorprendido por su propuesta musical. Llegué al auditorio del CCMBM con ganas de ver qué tal resultaba en directo esa mezcla tan personal de estilos que definen a la indefinible banda.
En una puesta en escena desnuda de todo artificio, Nandi Rose Plunkett (teclados, voz y compositora) se nos aparece como la maestra de ceremonias de un ritual musical que tiene como acólitos a Zack Levine a la batería y la percusión electónica y a Adan Carlo al bajo eléctrico. Los tres son Half Waif, cuya traducción vendría a ser Desamparada a medias.
El nombre de la banda viene de los orígenes étnicos de Nandi, hija de madre india y padre de orígenes irlandeses y suizos. Creció escuchando, según ella misma explica, una extraña mezcla de estilos musicales: Joni Mitchell, Tori Amos, Loreena McKennitt y cantos bhajan de la tradición hindú. Si a esto le añadimos que de pequeña, en la escuela de canto, se quedó rendida ante la obra de Claude Debussy y de Olivier Messiaen, obtendremos una explosiva mezcla de influencias a las que debemos sumar su extraordinaria voz, que en algunos momentos nos recuerda a la de Kate Bush. Teniendo tantas referencias culturales llegó un momento en el que Nandi se sintió desamparada, pero no por falta de ellas, sino por exceso, de ahí ese juego de palabras con el que bautiza su proyecto musical. Es importante, porque es la clave con la que escuchar su música.
Si hay una obsesión que comparten muchos periodistas musicales es la de etiquetar a los grupos o solistas en una determinada corriente o estilo. Nandi Rose Plunkett es cualquier cosa menos etiquetable. Su estilo escapa a todos los adjetivos que queramos ponerle. Y es que cada canción es una pequeña gran historia, poesía pura, reducida, condensada, destilada y convertida en música. Cada uno de los temas que interpretaron tiene un complejo tejido sonoro, una red de capas entrelazadas, diferentes niveles de significados, evidentes algunos, otros más personales y otros que llegan directamente al alma. Uno tiene la sensación que cada canción forma un todo inseparable, que cada una de las capas que componen esas piezas están unidas en una relación simbiótica. La prueba está en que es casi imposible silbar o tararear una de sus canciones, no tendría ningún sentido.
La extraordinaria voz de Nandi se desdobla gracias a un vocorder que activa a conveniencia y consigue hipnotizarnos con su belleza. Su presencia escénica oscila entre la hipnosis (no puedes separar la vista de ella) y la sencilla timidez de quien está viviendo lo que canta. Mientras sus manos están apoyadas en los teclados, sus pies se mueven, salta, su cuerpo busca expresar aquello para lo que las palabras y la música no le son suficientes. Nandi no es sólo compositora o cantante, es una parte de las propias canciones y eso se ve en su lenguaje corporal. Las diferentes melodías de cada tema no se expanden en ondas, como las de cualquier otro grupo, sino que se arremolinan, generan pequeños tornados en los que envuelven los sentidos y explotan en tu cerebro con pequeñas explosiones de placer. Decididamente, no me imagino a ninguna otra persona cantando esas canciones, sus canciones, con el pronombre posesivo más necesario que nunca.
Zack Levine crea todo una atmósfera sonora imprescindible para completar ese complejo universo musical que nos ofrecen gracias a una compleja y trabajada aplicación de las percusiones y Adan Carlo aporta un ritmo y unas texturas que enriquecen aún más la ya de por sí compleja estructura musical de una maravillosa colección de canciones. El único punto negativo de la velada fue una sonorización que distorsionó durante todo el concierto los graves y no dejó apreciar esa compleja estructura de capas sonoras en todo su esplendor.
Una vez finalizado el concierto, me acerqué a charlar con el trío de New York y allí Nandi me explicó que, para ella, las letras y la música son inseparables, que forman un conjunto inseparable. Me alegré mucho de coincidir plenamente con ella. Hay cantautores que dan más importancia a uno de los dos elementos, sea el que sea, pero en mi opinión, la música de Nandi Rose Plunkett es una nueva forma poética que habrá que añadir a las ya existentes, más cercana al haiku que al soneto, en la que la palabra escrita es tan sólo una de las partes de un todo más grande.
Tan grande, que cada canción es un universo.
Tan pequeño, que es una simple historia.
Pequeñas grandes historias.