José Luis Melero es conocido por ser escritor y colaborador en diferentes publicaciones. Desde hace seis años, con una periodicidad trianual, publica recopilados en sendos volúmenes, los artículos que escribe para El Heraldo de Aragón, aunque su verdadero oficio, aunque no le genere ingresos, es el de bibliófilo. Su gran pasión es salir a la caza del libro, sentir el dulce escalofrío de la emoción de encontrar alguno de esos títulos que desearía poseer y le son esquivos o la amarga decepción de saber que ha llegado tarde, que otro se ha hecho con la presa.
Luego él transforma en artículo aquello que aprende leyendo esos libros. Escribe artículos sobre libros desconocidos, sobre autores olvidados, sobre aquello que pocos conocen y que merece ser recordado o, sencillamente, conocido. Tiene catalogados todos los libros que atesora, en fichas escritas a mano porque, sencillamente, cuando aparecieron los ordenadores personales, ya tenía tantos miles de fichas que pasarlas a un soporte digital ya era una labor titánica. Es consciente que no podrá leer todos los libros que tiene, pero no piensa renunciar a seguir comprando aquellos que valen realmente la pena.
El pasado viernes 18 de marzo presentó en Huesca, en la Librería Anónima, el tercer volumen de esos artículos escritos para el Heraldo bajo el título de El tenedor de libros (Xordica, 2015). La introducción corrió a cargo de su buen amigo José Domingo Dueñas, vicerrector del Campus de Huesca, quien glosó la obra de Melero y describió lo que encontrará el lector entre las páginas del libro. Al finalizar el acto, Melero le entregó una copia dedicada del mismo, con una dedicatoria en verso. Hay que decir que Melero tiene una letra preciosa, más propia de un calígrafo que de un escritor. Escribe sus dedicatorias en líneas perfectamente rectas y exactamente perpendiculares al lomo del libro. Sus dedicatorias, personales, delicadas, tienden a ocupar más de media página. Parece que tiene horror a la página vacía, pues cuando ha acabado de escribir su dedicatoria, realiza una serie de filigranas en los espacios que han quedado en blanco. No me extraña, para un bibliófilo un libro con las páginas en blanco debe de ser la peor de las pesadillas.
Yo siempre quise ser considerado como tenedor de libros, por eso me ha llamado agradablemente la atención el título del libro. Es un gran placer, pero no lo recomiendo si no tienes piso en propiedad, porque llevo cuatro mudanzas en los últimos diez años y mover varias docenas de cajas de libros es un engorro…
Sí, es muy complicado. Esa es una de las peores cosas que me han ocurrido, tener que cambiar de casa. Sólo por no cambiarme de casa sería capaz de meter los libros donde fuera para evitar un nuevo traslado. Eso fue horrible. La última vez que nos cambiamos de piso tuvimos que encontrar una empresa de mudanzas que lo hacía con mucho cuidado, porque es muy difícil encontrar a gente que tenga sensibilidad para cuidártelos. Yo decía: “hay que tener mucho cuidado, hay que meterlos muy bien en cajas… Me lo tengo que hacer yo, porque si ustedes me los meten en cajas, luego yo no sabré qué hay en cada caja…”. Entonces, en realidad, la mudanza casi me la hice yo porque, claro, yo era el que los metía en las cajas, el que apuntaba qué había en cada caja para que, cuando lo abría en el nuevo piso, saber qué iba a encontrar en cada caja. Si ellos me hubieran metido los libros, luego yo ¿cómo ordeno todo aquello? Total, que al final trabajé casi más yo que los de la empresa de mudanzas. [Se ríe.] Es horrible, sí. Pensar en una mudanza es espantoso.
¿Cuántos libros puedes tener ahora en casa, más o menos?
Unos treinta y cinco mil…
Lo que más me estremece de pensar en esa cifra es cómo quitarles el polvo…
No lo hago. No los limpio nunca. Si tienen polvo, allí se queda el polvo. Es que no podría limpiarlos. Los libros no cogen mucho polvo si los tienes bien puestos, no los puedes poner nunca horizontales, porque entonces sí que se echan a perder, pero si los pones verticales no cogen mucho polvo, [empieza a hablar y reír al mismo tiempo] y si tienen mucho polvo, cuando tú los coges para leerlos, te pones cerca de una ventana abierta, soplas para que salga todo el polvo por la ventana y eso es lo que hago, no tendría tiempo para estar todo el día con un plumerito sacándoles el polvo.
Esa es una imagen muy cinematográfica, la de coger un libro y soplarle el polvo…
Sí, sí, es muy cinematográfica. Es importante hacerlo cerca de la ventana, porque si no lo dejas todo perdido, pero es que me pasa muchas veces. Coges un libro que hace meses o años que no sacas, quieres consultar una cosa o quieres verlo y, claro, efectivamente, en el canto superior del libro se ha acumulado polvo. Entonces tienes que quitarlo, yo lo soplo y ya está, no lo limpio con ningún plumero.
Supongo que hay mucha gente que te ha dicho que El tenedor de libros es una muestra de tu erudición literaria, pero yo creo que es más un striptease intelectual.
Me parece muy bien lo que dices, tienes razón. Yo hago allí una especie de striptease intelectual y cuento muchas cosas de mí, de mi vida, de mis pasiones, de mis fetiches, de mis amigos, de mis querencias… Es un desnudarme, sí, es verdad. En cuanto a lo de la erudición, bueno, cuento cosas que la gente no sabe, que es lo que me gusta contar a mí, porque lo que se sabe ya está en los libros, está en los manuales, todos los saberes clásicos están en los manuales, a mí lo que me gusta es contar lo que no está en los manuales, y eso lo sabemos los bibliófilos, es decir, los que hemos leído libros que no están en el cánon, libros raros, de autores raros, de personajes raros. El Cabrero este, nadie sabe quién es Cabrero [José Cabrero Arnal era un dibujante oscense, ncido en Castilsabás, que tuvo que huir de España durante la Guerra Civil. Acabó preso en Mauthausen donde consiguió sobrevivir realizando dibujos pornográficos a los soldados alemanes. Una vez liberado, se trasladó a vivir a París y se ganó la vida dibujando para la prensa comunista, a pesar de ser libertario. Michel Houellebecq lo cita en Las partículas elemantales. El propio Melero explicó la vida de Cabrero en la presentación del libro.] pues ahí es donde puedes aportar tu granito de arena para dar a conocer un personaje desconocido. Eso me gusta mucho. Hay erudición, pero hay mucho de mí en mis libros.
Hay un cierto tipo de personas, entre las que me incluyo, que tenemos espíritu didáctico, acumulamos una enorme cantidad de conocimientos que, en muchas ocasiones, sólo sirven para participar en concursos televisivos [A Melero le hace gracia la afirmación y suelta un par de carcajadas.] y que uno quiere rentabilizar, no económicamente, sino que quieres transmitirlos a otras personas para sacarle un provecho a todo ese tiempo que hemos invertido en adquirir esos conocimientos.
Sí, acabé escribiendo para eso, es decir, para contar las cosas que había aprendido, las cosas que había ido leyendo y que creía que a los demás les podrían interesar, eso es importante. A mí me parece que las bibliotecas que no están abiertas a la gente, que no tienen contacto con el exterior, son como cementerios de libros de los que sólo disfruta su propietario. Me parece un poco egoísta. Y, sobre todo, esa biblioteca no tiene ningún interés social, es decir, la sociedad ¿en qué se beneficia por el hecho de que ese señor tenga una gran biblioteca? En nada. Se beneficiará ese señor si disfruta con ella, pero sólo él. En nuestras bibliotecas, si las das a conocer, si escribes sobre ellas, si las abres a los demás… Yo no presto libros, no se los dejo a nadie, pero sí les dejo que vengan a casa a leerlos, les hago fotocopias si las necesitan, es decir, mis libros están a disposición de todos. No se los dejo para que se los lleven, porque no me los devolverían en algún caso y yo sufriría mucho. No se deben prestar los libros, pero sí se deben poner a disposición de todos. Entonces, por lo menos tú te das cuenta de que lo que has hecho durante toda tu vida les sirve a los demás y eso es bonito.
Hay un dicho que sentencia que hay dos tipos de tonto: uno el que presta un libro…
…y el otro el que lo devuelve, claro, claro.
Yo soy de los dos tipos de tonto.
Yo no los dejo porque… ¡No deben dejarse! sobre todo los libros raros que tenemos los bibliófilos porque, hombre, yo puedo dejar una novedad porque, en el peor de los casos, si no me lo devuelven, si tengo mucho interés en ese libro, lo compro otra vez y lo repongo, pero yo tengo en casa centenares… o quizá algo más de un millar de libros que no están en ningún sitio, que sólo están en mi casa, que son libros rarísimos, inencontrables, desde luego, sin reeditar desde hace cientos de años… Si se me pierde ese libro, no lo puedo reponer. Hay libros que me ha costado treinta o cuarenta años encontrarlos, si lo perdiera no lo podría reponer. Entonces no se puede prestar alegremente, porque es toda una vida de búsqueda de un ejemplar. El que quiere, se viene a casa, le doy de merendar, le saco una cerveza, le dejo el ordenador para que trabaje… le abro la biblioteca, pero en casa.
Hace unos días escribí un artículo sobre el placer de coleccionar vinilos, pasar los dedos por encima del filo de las portadas e ir pasando uno a uno los ejemplares de esos discos, de las alegrías que te llevas cuando encuentras un disco que estabas buscando y de las tristezas cuando el tipo que tienes al lado encuentra un disco que tú llevas años buscando. Supongo que te debe haber pasado lo mismo con los libros.
Exactamente lo mismo. En el Rastro eso ha pasado muchas veces porque, claro, sólo hay un ejemplar de cada título. En las librerías de viejo, exactamente igual; cuando te mandaban los catálogos a casa, igual; y entonces, claro, el primero que llega o el primero que lo ve es el que se lo lleva y al otro se le queda una cara de tonto que no te quiero ni contar… Pero, claro, la vida es así, no se puede tener todo, ni comprar todo, ni coleccionarlo todo, te tienes que conformar con lo que la suerte te depara. Tienes que madrugar, ir a los rastros, ir a las almonedas, a los sitios donde se pueden encontrar libros baratos, y confiar que el destino te eche una mano, pero no se puede comprar todo. Delante mío me han levantado libros que me hubiera hecho una ilusión tremenda poder comprarlos yo y viceversa, otras veces he sido yo el que le ha levantado el libro a otros por haber llegado unos minutos antes. Hace poco escribí un artículo en el Heraldo sobre el marido de Norah Borges, Guillermo de Torre, y contaba cómo encontré una mañana en el rastro uno de sus libros, Hélices, uno de los más importantes de la poesía española de vanguardia. Es un libro que vale una fortuna, no hay ejemplares. Yo lo encontré una mañana porque llegué antes que otro. Otro día ese otro habrá llegado antes que yo. Bueno, es la suerte la que hace que compres unas cosas u otras.
El tenedor de libros (2015) es la tercera recopilación de tus artículos para el Heraldo. Las otras dos eran La vida de los libros (2009) y Escritores y escrituras (2012). ¿Has notado una evolución en tu estilo con el transcurso del tiempo?
Sí, lo ha explicado muy bien José Domingo [Se refiere a José Domingo Dueñas] es verdad que ahora es mucho más personal, ahora hay mucha más literatura en mis artículos, ahora me siento más escritor, hago ficción, me río de mí mismo, invento cosas relacionadas con el tema, las exagero para que la gente se ría… Al principio todo era mucho más serio, me tomaba mucho más en serio, la erudición era mucho mayor. Ahora me he dado cuenta que los artículos ganan si les quitas dosis de erudición y quizás les das un poco más de cariño y vivencias personales, a la gente le interesa mucho. También corres el riesgo de hablar mucho de tí mismo, y a veces tienes que quitar cosas pero, bueno, ahora están de moda los diarios y la literatura del Yo, tambíen he escrito un libro sobre diarios [Se trata de Manual de uso del lector de diarios, 2013.], a todos nos gusta la literatura del yo, la literatura idealística, y hablar de uno mismo… sabes que muchas veces, a los demás también les va a interesar, porque las vidas de todos son muy parecidas… A mí me gusta contar ahora cómo he encontrado este libro, este otro, hablo más de mí y hago más literatura, es verdad.
En mi opinión, el periodismo está evolucionando hacia un modelo en que, cuanto menos estilo se tiene, más gusta. En la facultad te insisten en no adjetivar, en ser aséptico…
…nada literario, sí. Las cosas son así, a los periodistas no les dejan hacer literatura en los periódicos, les exigen dar las noticias muy exactas, tampoco los periodistas de hoy tienen la cultura de los periodistas de antes, en las facultades de periodismos no sé si se les forma tan bien como se debería formarlos, Hay grandes periodistas, sí, pero son grandes periodistas de información, de reportajes, con una prosa estupenda, grandes prosistas, pero la literatura en los periódicos… Es que probablemente no la tengan que hacer los periodistas, sino los colaboradores. La tienen que hacer García Márquez o Vargas Llosa cuando escribían en El País, o Félix de Azúa, o Molina Foix o Andrés Trapiello, es decir, cuando los escritores colaboran en la prensa. Al periodista no le tienes que pedir que adjetive o que sea un escritor de campanillas, lo que tiene que saber es informar, saber explicar bien una noticia, hacerlo con una prosa limpia y aseada, tampoco no se le tiene que pedir más, no se le puede pedir lo mismo que a un escritor porque no son escritores.
Voy a acabar cerrando el círculo. Siempre he deseado que en mi tarjeta de visita, en el espacio donde se pone la profesión, apareciera la frase tenedor de libros. ¿En la tuya qué pondría?
[Se lo piensa y se ríe, comprometido.] No lo sé. Estaría bonito ser un tenedor de libros, sí. A lo mejor también me gustaría poner lo mismo. En el prólogo del libro lo explico, no he hecho otra cosa en la vida que tener los libros, cuidarlos, mimarlos, ficharlos, leerlos, tenerlos como a un niño en brazos. Mi vida ha sido tener los libros, no estaría mal ese título para una tarjeta de visita.