España es un país lleno de expertos. Hay más de seis millones de entrenadores de fútbol que, sin haber estudiado, saben más que cualquier otro. Hay toda una generación de politólogos que, tras la barra de un bar y con un tercio bien fresquito, solucionaban todos los problemas del país con un contundente «esto lo arreglaba yo…» y añádase la coletilla cuñadista que uno prefiera. Vivimos rodeados de gente que opina sin saber, que escribe sin haber leído un libro, que critica sin haber visto, escuchado o leído aquello que critica. España es un país de tertulianos que no escuchan, de expertos de la nada y tronistas sin trono ni reina, como decía la canción. Y claro, en cualquier momento aparece un cantamañanas y nos pretende hacer pasar gato por liebre y los demás se lo permitimos porque lo menos español que hay es admitir la propia ignorancia.
Por eso llevo años viendo representaciones de obras de Lorca o que giran alrededor de su figura en los que el poeta granadino brilla por su ausencia, porque parece que todos conocen al dedillo la obra del poeta, pero no es así. En su extrema sencillez, entender de verdad a Lorca, abarcar todo su mundo interior y exterior, es terriblemente complejo. Y mira que en apariencia es algo muy fácil, porque tanto en su faceta de poeta como en su trabajo como dramaturgo, Federico García Lorca te da el trabajo hecho. Él no escribía para reyes o literatos, escribía para el pueblo, desde las entrañas, no desde el cerebro, para que su obra llegara a todo el mundo. No hace falta inventar nada, está todo allí, bien escrito. Sólo hace falta ponerlo en escena.
Hay que agradecer que, de vez en cuando, aparezca un loco que se ha tomado la molestia de estudiar a Lorca, de leer sus textos, de respirar su obra. Esos locos luego son capaces de crear un espectáculo en el que se reconoce a Lorca, a su obra, a su espíritu, hecho por alguien que se ha tomado la molestia de entender al poeta, al artista, al hombre. No es fácil porque hay muchos Lorca encerrados en un solo cuerpo, pero si uno se lo propone, se puede conseguir. Amor Oscuro (Sonetos) es la prueba palpable que con trabajo, investigación, respeto, talento y amor por el oficio, Lorca acaba manifestándose.
Hasta hace unas semanas, en mi listado de directores de escena españoles que entienden a Lorca y lo llevan a escena de forma impecable sólo había dos nombres: Lluís Pasqual y Calixto Bieito. Ahora he añadido a Jesús Arbués en su doble faceta de director y dramaturgo. Es triste que en mi listado particular (y, por lo tanto, discutible) sólo haya tres nombres españoles, pero por norma general entienden mejor a Lorca en el extranjero que en su propio país. Claro, que también es el país que lo fusiló porque no sabía que Lorca es, probablemente, el mayor dramaturgo español desde Lope de Vega o Calderón de la Barca y el poeta que hizo los mejores sonetos de amor desde Quevedo, un indudable genio universal. Recurro otra vez a la última frase del primer párrafo: Lo menos español que hay es admitir la propia ignorancia.
Amor Oscuro (Sonetos) no es sólo la puesta en escena de los once sonetos supervivientes de los treinta y seis que formaban parte de Sonetos del amor oscuro, obra póstuma de Lorca, en la que mostraba de forma descarnada su más profundo sentimiento. Y es que Lorca, tal como explicaba Vicente Aleixandre, poeta que recibió por méritos propios el Nobel que cuatro décadas antes se le negó a Lorca, «Amó mucho, cualidad que algunos superficiales le negaron. Y sufrió por amor, lo que probablemente nadie supo«, (Vicente Aleixandre, Federico, 1937). Amor Oscuro (Sonetos) es mucho más. Es un estudio del espíritu de Lorca, de su figura humana, de su obra más íntima, es un documental, si se puede aplicar el término a una obra teatral, donde se nos dan las claves para entender algo más al hombre, al poeta, al amante. Es, en definitiva, una autopsia respetuosa al alma de uno de los más excelentes cadáveres que dejó tras de sí la maldita Guerra Civil.
Acudo a la representación que organizó el Ayuntamiento de Huesca dentro de unas jornadas sobre la memoria histórica. Coincide la representación con el 120 aniversario del nacimiento de García Lorca, lo que añade un plus de homenaje al poeta. El Salón Azul del Casino de Huesca es un espacio interesante que todavía está infrautilizado y que, con una modesta inversión anual para ir adecuándolo, Huesca podría obtener con los años una sala polivalente en uno de sus edificios más emblemáticos. Las sillas, incómodas, y la falta de gradación, hecho que limita la visibilidad, hacen que la experiencia para el público pueda llegar a ser tortuosa. En mi caso, estuve medio sentado en la punta de una silla en la que no cabía. O faltaba silla, o sobraba humano, aunque estoy dispuesto a admitir que ambas afirmaciones no son excluyentes.
Dispuesta en formato de pasarela, lo que obliga a representar la obra en espacios poco habituales, Amor Oscuro (Sonetos) combina los once sonetos supervivientes con las voces de amigos, admiradores, amantes y adversarios políticos de Lorca. El Arbués dramaturgo consigue así un texto en el que a través de diez personajes reales se dibuja a Federico, al hombre, a ese ser casi legendario, y se le coloca a la altura humana que le corresponde. En ese sentido, Amor Oscuro (Sonetos) se inscribe dentro de un teatro que utiliza la humanitas del teatro clásico griego y, tal y como hiciera Esquilo en Los Persas, utiliza la ironía trágica para dibujar la historia de los sonetos perdidos y parcialmente recuperados de Federico García Lorca. Y lo consigue alternando la figura del poeta mediante el recitado de los once sonetos, con la de las personas que le conocieron y que nos trazan las últimas semanas de su vida y que nos explican cómo es posible que la mezquindad acabe con un genio en la flor de la vida y el mejor momento de su obra. Es en estos episodios donde el Arbués dramaturgo, fruto de una exhaustiva investigación sobre el personaje y los últimos días de su vida, brilla de forma excepcional, dotando de carácter, lenguaje y vida propios a cada uno de esos diez personajes, de ahí el carácter cuasi documental del texto.
No nos engañemos, a pesar de que Jesús Arbués sigue su línea habitual de no juzgar a sus personajes, prueba de ello es que entre el público asistente a la función había representantes políticos del centro, la derecha y la izquierda política local y todos ellos quedaron encantados con la obra, su teatro sigue teniendo una profunda carga política en el sentido etimológico de la palabra. Tal y como solía decir José María Valverde, probablemente el mejor adaptador al castellano de la obra de William Shakespeare, toda opción estética es una opción ética y toda opción ética es una opción política, y está claro que este espectáculo tiene estos tres elementos. El hombre, la humanidad, la ética, siguen siendo los leitmotivs de su obra y en esta ocasión se hace más evidente que nunca. Al salir del teatro, el público siente la necesidad de hablar sobre lo que ha visto, de razonar sobre lo que le han mostrado, y eso, en los tiempos que corren, es subversivo. Y todo hecho desde una perspectiva de absoluto respeto y sin tener la necesidad de desarrollar un discurso o una arenga partidista.
Porque si es interesante la labor del Arbués dramaturgo, también lo es la del Arbués director. Aquí me voy a mojar y sé que Jesús no estará de acuerdo conmigo. Él se considera mejor director que dramaturgo y yo considero todo lo contrario. Sin duda, su método de trabajo hace que la distinción entre uno y otro sea muy sutil, pero creo que el dramaturgo construye el texto a través del trabajo con sus actores, con lo que consigue espectáculos llenos de verdad y con vida propia, mientras que al director de escena le interesa eliminar lo superfluo para quedarse con la esencia, destilando el texto hasta lo imprescindible, desechando lo que puede parecer banal o innecesario. En ese sentido, sus montajes están ligeramente lastrados por una falta de dientes de sierra emocionales, no se permite el lujo de dejar respirar al espectador y le somete a un continuo baño de momentos álgidos. Sus espectáculos funcionan porque suelen ser breves y no da tiempo al público a aburrirse, pero esa tendencia a condensar todo lo interesante provoca que el espectador medio pueda llegar a desconectar debido al excesivo bombardeo de información esencial.
Sería interesante, al menos para mí, poder ver un texto de Jesús Arbués dirigido por otra persona y, por otro lado, ver un texto de otro autor (La Campana de Aragón no cuenta porque en su montaje hay casi tanto texto de Arbués como de Lope de Vega) en el que Arbués simplemente se limitara a la labor de dirección. Creo que sería un ejercicio muy atractivo, al menos para aquellas personas que disfrutamos con su trabajo.
Mención aparte merece la interpretación de Javier García Ortega, único actor del espectáculo, que encarna a todos los personajes de la obra. Javier trabaja habitualmente con Arbués, es pieza fundamental en sus trabajos y es el instrumento gracias al cual se ha podido armar esta obra. Sin él, Amor Oscuro (Sonetos) sería algo muy diferente, tanto su texto como su puesta en escena. Me parece merecidísimo el hecho de que fuera uno de los 21 precandidatos a los Premios Max en la categoría de mejor actor protagonista precisamente por este espectáculo. Consigue matizar todos y cada uno de sus personajes, dotarles de vida y entidad propia, hacerlos creíbles y reconocibles con tan solo un simple cambio de actitud o un mínimo detalle de vestuario. Su entrega en la escena es total. No ahorra energías, se entrega en cada escena, en cada párrafo, en cada frase. Y consigue hacer creíble lo increíble, que un mismo actor sean tantos personajes y, al mismo tiempo, la voz del poeta granadino. La asociación entre actor y director está dando muy buenos frutos y espero que en el futuro sigamos disfrutando con su trabajo conjunto.
En definitiva, Amor Oscuro (Sonetos) es, hoy por hoy, y desde que en 1998 Lluís Pasqual dirigiera a Juan Echanove en «Cómo canta una ciudad de noviembre a noviembre«, uno de los mejores homenajes que se le han hecho a Lorca. Imprescindible para entender uno de los episodios más tristes de nuestra historia y que nos sirve de invitación a conocer más en profundidad la vida y la obra de un genio de la literatura universal.