La vida es sueño es uno de los textos mejor construidos de la historia del teatro occidental. Pedro Calderón de la Barca utilizó una compleja estructura que utiliza uno de los grandes hallazgos de Esquilo, la ironía trágica, para armar una trama alrededor de sus temas favoritos: el libre albedrío, el peso del honor y la naturaleza humana, en unos términos tan elevados que consigue colocar a Segismundo en la categoría de mito. Sólo William Shakespeare había logrado algo parecido unos años antes con Hamlet (1599-1601), pero si bien la trama de vengaza del principe danés es un reflejo del estado de desesperación en que se encontraba Shakespeare por la pérdida de su único hijo varón, Calderón consigue que Segismundo trascienda su propio pensamiento como autor, creando así el primer gran personaje moderno de la historia del teatro.
Pedro Calderón de la Barca (1600-1681) tuvo una vida larga y agitada, no tanto como la de Lope de Vega, pero casi. Escribe La vida es sueño durante tres largos años, de 1631 hasta 1634, y en ella introduce reflexiones filosóficas, teológicas y morales, algunas de ellas poco comprensibles para un público actual. Por ello, era necesario hacer un peinado del texto, respetándolo al máximo, pero adecuándolo a un auditorio moderno. Los clásicos son clásicos porque aguantan el paso del tiempo, pero todas las obras de arte necesitan una restauración, de vez en cuando.
En ese sentido, la labor dramatúrgica de Alfonso Plou es un admirable ejercicio de cómo se debe trabajar en un texto clásico. Aunque hay alguna decisión que puede resultar polémica, como los cambios en las decisiones finales de Segismundo, que vuelve a colocar a todo el mundo en su sitio según los dictados de la época, lo que implicaba encerrar en prisión al traidor que le concede la libertad, cosa que se elimina de esta versión, el resultado final es de mayor claridad en el texto, en la trama y en las motivaciones de los personajes.
Con estos mimbres, Carlos Martín desarrolla una puesta en escena espectacular. La escenografía de Tomás Ruata juega a favor del texto, crea espacios abstractos que se convierten en concretos gracias a la espléndida iluminación de Tatoño Perales. El suntuoso e ilustrativo vestuario de Ana Sanagustín, que me recuerda en ciertos aspectos al diseñado por Nathalie Thomas y Marie-Hélène Bouvet para el montaje Les Atrides, de Ariane Mnouchkine, añade un plus a la caracterización de los personajes principales. Visualmente, La vida es sueño consigue momentos de una gran belleza y eficacia teatral, como la escena inical, o el discurso del rey Basilio a sus súbditos en la primera jornada, el encuentro entre Rosaura y Astolfo o el monólogo de Segismundo al final de la segunda jornada, convertido aquí en un espléndido coro o cómo se resuelve la función en la escena final.
Las referencias al Théâtre du Soleil no son gratuitas, pues el trabajo realizado con la tragedia griega por Mnouchkine, con los textos de Shakespeare por Declan Donnellan con la compañía Cheek by Jowl o el Hamlet de Patrice Chéreau son referentes necesarios para entender el trabajo que ha hecho Carlos Martín de revisión y puesta al día de La vida es sueño. Sin llegar a la altura de los montajes antes mencionados, pues estamos hablando de grandes hitos del teatro del Siglo XX, esta versión del clásico español realizada por Teatro del Temple transita esa ruta de modernización de los clásicos con un trabajo corporal intenso y visualmente impactante. Es cuestión de tiempo saber si es una elección determinada sólo por el texto o si será una nueva línea de trabajo de la compañía. En cualquier caso, me parece una decisión muy acertada.
El trabajo actoral es intenso en este montaje, mucho más corporal de lo que estamos habituados en un clásico, de ahí las referencias anteriores. José Luis Esteban construye un Segismundo creíble en su indefensión que se va creciendo a medida que avanza el texto hasta completar una notable tercera jornada. Su personaje experimenta contínuas transformaciones, ya que ha de pasar de la desesperación a la soberbia, de allí viaja a la resignación y acaba instalado en la asunción de su nuevo estatus y a la humanitas final que le conecta directamente con la tragedia griega. El actor es, también, el responsable del trabajo con el verso, un verso que queda a mitad de camino de la interpretación y la declamación, una visión que no comparto, pero respeto. Yesuf Bazaán, seudónimo tras el que se oculta Carlos Martín, supongo que para separar su trabajo como director de su trabajo como intérprete, interpreta a un mesurado Basilio, lo que le otorga al montaje la profundidad necesaria para entender el viaje emocional de Segismundo. Minerva Arbués interpreta a Rosaura en varios niveles, pero es en la jornada segunda cuando consigue enamorar, no sólo a Segismundo, sino a todo el público. Alfonso Palomares consigue con Clarín una de sus mejores interpretaciones; vivo, travieso, holgazán y deslenguado, arranca las sonrisas del público y consigue una respuesta emotiva en su última intervención. Encarni Corrales, Félix Martín y Francisco Fraguas, que encarnan a Estrella, Clotaldo y Astolfo, tienen un difícil papel, pues sus roles son los que acabarán marcando el tono de la obra. La vida es sueño, a pesar de ser considerada comedia en su época y tragedia según los cánones del público actual, en realidad es un drama. Y ese tono se consigue con estos personajes, ya que los anteriores tienen unos roles muy marcados. Teniendo en cuenta esto, creo que tienden a la tragedia y deberían matizar más algunas intervenciones, aunque creo que están muy bien en sus respectivos papeles. Finalmente, me gustaría destacar el trabajo de Gonzalo Alonso, el músico multi instrumentista que crea atmósferas en directo, especialmente cuando interpreta el doudouk.
En resumen, este montaje de La vida es sueño me parece un espectáculo muy notable, con momentos muy meritorios, una acertada concepción global y un muy buen vehículo para acercar al gran público a uno de los textos más importantes del teatro occidental y que marca el interesante momento creativo al que ha llegado el Teatro del Temple. Si tengo la oportunidad, volveré a verla en más de una ocasión.