Maika Makowski
Sala El Veintiuno
15 de diciembre de 2017
Alguien en su día, una de esas personas a quien le gusta poner nombres a cosas que no los necesitan, etiquetó a Maika Makowski como «musa del underground». Si alguien se imagina a Maika como un ente pasivo, que inspira a otros artistas y que se les aparece en sueños para que compongan sus mejores obras, anda muy despistado.
Maika es creadora, compositora, cantante, música, pintora y actriz. Y seguro que me dejo algo. Un auténtico torbellino que no deja indiferente. En el escenario de El Veintiuno, desplegó fuerza, sensualidad, simpatía y actitud. Y, por supuesto, muy buena música, muy buenas composiciones que tocó al piano o a la guitarra y que repasaron toda su discografía.
Comenzar el concierto con Canadá, canción que abre su último disco, es coger a traición a todos los que estábamos. La melodía de voz me llegó como un cuchillo que me atravesó. Me atrapó con esa sensación de «¿qué está pasando aquí?» y supe que eso solo era el comienzo de algo inolvidable. Con una sola canción ya había demostrado su gran técnica vocal, su capacidad de composición, su fuerza y su carisma. Y lo mejor es que aún quedaba por delante más de una hora de sensaciones, vibraciones, risas, buena música y mucha autenticidad.
Continuó tocando al piano, I want to cry, otro tema de su último trabajo, Chinook Wind. Pero después alternó canciones de otros discos anteriores, desde las canciones más rockeras de sus primeros discos hasta las más pop actuales. Pero no os dejéis engañar por las apariencias porque el espíritu punk, por el que la llamaron al principio de su carrera, la «Iggy Pop española», sigue ahí con el paso del tiempo. Su directo suena crudo y desnudo de artificios. Sonaron sus canciones más conocidas, como Downtown, Not in love o Lava Love, e incluso nos deleitó con una nueva canción. Y en los bises nos regaló dos versiones de lo más arriesgadas, una de Marifé de Triana, Los aceituneros, y otra de David Bowie, China Girl. Dos versiones muy dignas que no eran nada fáciles. Me gustó, especialmente, la de Bowie.
Maika se reveló también como una gran contadora de historias y explicó alguna anécdota para rebajar la intensidad de las atmósferas que creaba con la potencia y fuerza de sus interpretaciones. Una de estas anécdotas, versaba sobre la última vez que había actuado en El Veintiuno y, como después de unos meses, una de las botas que llevaba ese día le llegó, sorprendentemente, por correo.
No deja de ser curioso como muchas de las personas que han tocado anteriormente en El Veintiuno hablan de la sala como si estuvieran en casa. Y algo de cierto debe de haber en esa afirmación porque hablan sin tapujos, cuentan lo incontable en otros espacios. Y Maika en «su casa» de Huesca fue una gran anfitriona, que nos dejó pasar a su salón, nos mimó, nos arropó con su cercanía. Estuvo pendiente de «sus» invitados en todo momento.
La pueden llamar musa del underground; la iggy pop española; la pueden comparar con PJ Harvey; pero, Maika Makovski es mucho más difícil de etiquetar. Su música es ecléctica y le da mil patadas al indie que se hace en este país. Tanto ella como su música tienen una personalidad arrolladora. Me atrevo a decir que es uno de los mejores conciertos que han pasado este año por El Veintiuno. Para mí, entra directo en mi TOP 5 de conciertos de este año en Huesca.