Imágenes: Luis Lorente
No es habitual, pero a veces sucede que el artista o grupo que hacen de invitados se acaban merendando al titular. Ayer sucedió en el Espacio Peñas de las Fiestas de San Lorenzo de Huesca. En el cartel Fangoria era el artista principal y el invitado era Carlos Sadness lo que, a priori, no hacía presagiar semejante banquete. ¡Buen provecho, Carlos!
Carlos Sadness
El cantautor catalán tiene una colección de delicadas canciones tendientes a la melancolía. Supongo que era consciente de que su público no era precisamente el de Fangoria, por lo que planteó una actuación enérgica acompañado de una sólida formación de músicos que lo arroparon en todo momento. Pocas veces he estado en un concierto al aire libre tan bien sonorizado. Los instrumentos se podían apreciar individualmente, algo complicado en esas circunstancias. Hasta el ukelele que suele tocar Sadness se distinguía de un conjunto que añadió rock a unas canciones que en el disco son más pop. El propio Carlos Sadness se adueñó del escenario, llenándolo con carisma y energía. Había venido a Huesca a darlo todo y vaya si lo dio. La iluminación, funcional, ayudó a resaltar al conjunto y a darle dimensión a una actuación en la que todos dieron el 200%.
Entre el público, apenas unas 700 personas, un selecto grupo de fans coreaban las canciones de Sadness: Amor papaya, Qué electricidad, Volcanes dormidos o el genial cover que hace de Groenlandia, un clásico de Los Zombies, al que tuneó la letra para meter a Benasque y Huesca. Es una lástima que el grueso del público llegara tras finalizar la actuación de Carlos Sadness porque se perdieron lo mejor de la noche. Una actuación sólida, enérgica y galactropical, con un orden muy pensado en el set list, acabada en un punto álgido y dejando una difícil papeleta a Fangoria.
Fangoria
Tras una pausa para preparar el escenario, llegó el turno del dúo formado por Alaska y Nacho Canut reforzados por dos guitarras eléctricas y un dúo de baile. Entre el público había mucha expectación, había ganas de fiesta y Fangoria prometía darles esa dosis necesaria para empezarla con buen pie. Frente a mí, un par de chicas de unos cuarenta años se hacen un selfie enseñando la entrada. Miro a mi alrededor y veo un público heterogéneo, muy familiar, que va desde niños y niñas de pocos años hasta algún que otro abuelo. La mayoría está entre los 20 y los 40 años, dos generaciones distintas de público que han crecido con las canciones de las distintas formaciones en las que han militado Alaska y Canut.
Seamos sinceros: es muy complicado poner en escena un concierto de grupos o solistas que llenan pistas de baile y más aún si es en un espacio tan grande y al aire libre. Cualquier cosa que hagas en el escenario parece insuficiente ante canciones cuyo ritmo siempre exige más. En ese sentido, Fangoria cuenta con un enorme escollo cada vez que se suben a un escenario. Conscientes de ello, un elaborado juego de luces y proyecciones y las coreografías de los dos bailarines ayudan a darle espectacularidad a una setlist llena de canciones que todos conocemos, auténticos himnos de la música de baile española.
Tener buenas canciones no lo es todo. No en un concierto. Y cuando tienes una trayectoria artística que cubre cuatro décadas te has de exigir cada año mucho más que el anterior. Llegados a este punto, creo que se va a producir un divorcio entre lo que te puedan explicar las casi 3.000 personas que asistieron al concierto y entre lo que vas a leer en este artículo. El público asistente se lo pasó en grande, eso es indudable, vivió intensamente el concierto, mientras que a quien esto firma el espectáculo le dejó frío.
Un fragmento de Marte, el dios de la guerra, de Los Planetas de Gustav Holst, daba el pistoletazo de salida a un concierto que empezaba con un poutpourri en el que se incuian El rey del glam y Ni tú ni nadie, canciones que hicieron sonar mil campanas en el corazón del público de más edad. El hecho de empezar con una pieza tan conocida de música clásica permitió comprobar que en la sonorización se iba a prescindir voluntariamente de un amplio espectro de agudos, forzando la línea de los graves, haciendo así que las canciones de Fangoria, que ya de por sí son de una progresión musical muy plana, se aplanen aún más. Mala señal para los que apreciamos la música, buena para los que aprecian los Watios. A eso hay que añadirle que el ritmo de las canciones apenas cambiaba, sólo Disco Sally y ¿Por qué a mí me cuesta tanto? marcaron un ligero descenso del ritmo, lo que no da espacio al público para respirar y añade un nuevo elemento de planitud al conjunto.
Pocas concesiones al público más mayor, ese que esperaba las canciones de Alaska y Pegamoides o Alaska y Dinarama, centrándose el espectáculo en las canciones de Fangoria (nada que decir al respecto, es decisión del dúo y hay que respetarla), especialmente en aquellas que conforman su último trabajo, titulado genéricamente Miscelánea de canciones para robótica avanzada (2017). Lo que me sorprendió es que no es la única decisión que juega en contra del espectáculo. La iluminación tipo LED, esa que tanto odian los fotógrafos de conciertos, parece más centrada en deslumbrar al público que en iluminar al grupo, quienes a excepción de Alaska y el cuerpo de baile, permanecen en una perenne zona de penumbra. El excelente dispositivo de proyección de imágenes se desaprovecha utilizando unas pantallas llenas de zonas negras que recortan las imágenes que en ellas se proyectan. El efecto que consiguen es exactamente el que consigue alguien que pisa al mismo tiempo el pedal del acelerador de un vehículo y el del embrague: toda la versatilidad que te da el motor se pierde porque desperdicias ese potencial. Es una ironía que la canción que suena cuando me doy cuenta de todo esto sea, precisamente, Iluminados.
La prueba del algodón me la da involuntariamente un niño de unos ocho años sentado a mi lado. Él no tiene el referente musical que yo sí tengo, pues conozco a Alaska y Canut desde los tiempos de Kaka de Luxe. Podría haber quedado seducido por el juego de luces y proyecciones, pero prefirió permanecer sentado jugando con el móvil, lo que me indica que el público vibraba exclusivamente por la música. Es por eso que considero que Carlos Sadness se merendó a Fangoria, porque con muchos menos medios técnicos a su disposición consiguió mantener la atención del público en todo momento, con un repertorio mucho menos conocido pero con actitud y aprovechando al máximo la iluminación, llenando el escenario, haciendo vibrar al público.
A esa infrautilización de los recursos técnicos debemos añadirle el hecho de que Alaska nunca ha sido una artista que sepa moverse en el escenario y que Carlos Canut se sitúa voluntariamente tras una muralla de aparatos electrónicos en una zona de penumbra que lo invisibiliza. La papeleta la salvan ocasionalmente los dos bailarines que realizan un notable esfuerzo para poner encima del escenario esa fuerza necesaria para que un concierto sea también un espectáculo. La cantante adopta desde el principio su papel, construido a partir de una mezcla de actitud de diva del cine mudo y tonadillera, fruto de su particular colección de influencias culturales. Durante el concierto Alaska cambia dos veces de vestuario y desarrolla todo su arsenal de poses en un sentido homenaje a Sara Montiel con Absolutamente, uno de los mejores momentos del concierto. A su favor tenemos el hecho de que su voz sonó clara y afinada durante todo el concierto, debidamente arropada por una segunda voz masculina en el mismo tono y tesitura que la de la cantante.
La parte central del concierto supone un aumento en el volumen de sonido y es la que mejor armada está, especialmente a partir de Geometría polisentimental, la canción que hizo enloquecer a los fans quienes, a partir de entonces, no dejaron de corear las canciones y de bailar emocionados, como si de una karaoke rave se tratara. A partir de ese momento Dramas y comedias, A quién le importa y Fiesta en el infierno marcaron el punto álgido entre el público. Final del concierto, petición de bises y nueva aparición de la banda en el escenario.
Los bises empiezan con un nuevo aumento del volumen de sonido y una preciosa canción, mi favorita de Fangoria, ¿Por qué a mí me cuesta tanto? que quizás estaría mejor colocada en otro momento del concierto ya que aquí rompe el ritmo de fiesta que se ha ido consiguiendo y el público no se vuelve a enganchar a la juerga. El concierto termina con un poutpourri titulado Canciones que hablan sobre bailar, donde encontramos a Alaska y los Pegamoides, Astrud, las Hermanas Goggi, El Columpio Asesino y Sonia y Selena en una extraña pero efectiva amalgama.
Hora y media de concierto que podía haber sido mucho más interesante, la verdad. Fangoria tiene repertorio y tablas suficientes como para dar mucho más de sí, aunque es cierto que el público se lo pasó muy bien y disfrutó, especialmente con los dos últimos tercios del espectáculo, pero tener como telonero a Carlos Sadness puso en evidencia las carencias de una puesta en escena que es francamente mejorable a poco que un director de escena le ponga un par de días de trabajo.