Tirso de Molina ha pasado a la historia del teatro por fijar definitivamente un personaje de la cultura popular, el joven calavera, y crear con él un mito con el nombre que todo el planeta reconoce: Don Juan. En El burlador de Sevilla y convidado de piedra, Tirso creó este personaje inmortal que ha sido desarrollado por otros autores, desde Mozart/da Ponte a Zorrilla, pasando por Choderclos de Laclos (su Valmont no es otra cosa que una versión francesa de Don Juan) o Molière, hasta formar parte de la iconografía mundial.
El burlador de Sevilla y convidado de piedra es una comedia de la época, lo que hoy en día sería el equivalente a un drama, cuyo objetivo es moralizante, algo muy propio de la época. El teatro del Siglo de Oro es un arma propagandística financiada directa o indirectamente por la Corte que pretende imponer en la población aspectos éticos y morales de los que ésta carece, por eso el honor y la virtud son casi siempre los grandes motores de las pulsiones humanas que aparecen en escena. Si comparamos este teatro con el que se desarrolla al mismo tiempo en Gran Bretaña, Francia, el Sacro Imperio Romano Germánico o las diferentes repúblicas situadas en lo que ahora es Italia, veremos que allí los motivos de las diferentes obras teatrales son más ricos y variados.
Hago esta larga introducción porque Don Gil de las calzas verdes es casi una versión inversa del mito del Burlador de Sevilla. Tirso aquí se acoge a las más estrictas normas de la comedia de enredos y crea un barullo enorme para el disfrute de sus espectadores y probablemente de sus intérpretes. Tirso de Molina no era un dramaturgo que tuviera que vivir de su habilidad en las tablas, era un monje con un elevado puesto que escribía teatro para su disfrute y para el de la Corte. Era un escritor de palacio, es decir, sus obras las representaban los grupos teatrales financiados por el rey o formados por los propios miembros de la nobleza. Aquí el burlador es burladora, que enamora a todo el mundo, aunque no llega a seducir a nadie y cuyo objetivo principal no es más que mortificar a su amado, quien ha dejado Valladolid y ha acudido a Madrid en busca de un matrimonio de conveniencia. No en vano el nombre de la protagonista es Doña Juana, el reverso femenino de Don Juan. Decide vestirse de varón y seducir a Doña Inés, la doncella con la que se quiere desposar su enamorado, Don Martín, quien hace llamarse Don Gil para que nadie descubra su juego. Juana también se hace llamar Don Gil para acentuar el equívoco y enamora a Inés y a su prima, Doña Clara. Para distinguirse del otro Don Gil, lleva unas calzas verdes. Como vemos, Doña Juana es el reflejo de Don Juan: es mujer, seduce y enamora, pero no burla a nadie, por no mencionar que El burlador es un drama y Don Gil una comedia. El reverso perfecto.
Sobre el papel la trama es enrevesada y compleja, pero sobre el escenario lo es aún más. Por ello, el montaje de Ensamble Bufo es un gran ejemplo de cómo coreografiar una obra y clarificarla para un público moderno, menos acostumbrado a este tipo de teatro, y que puede perderse en cualquier momento. Hugo Nieto ha conseguido crear con una compañía mínima, sólo seis actores y actrices, recrear la compleja trama de Tirso, reduciendo el número de personajes, de 17 a 8, y creando un espectáculo claro y alejado de artificios innecesarios. Para ello ha sido interesante la labor dramatúrgica de Alberto Gálvez, quien ha depurado el texto, actualizado las referencias de la época por otras contemporáneas y reajustado los versos para clarificar la acción. Cada vez que algún personaje hace una referencia actual, el resto de la compañía exclama un «¿Eeeehhh?» que da la pista al espectador que esto no estaba en el original. Supongo que los puristas se revolverán en la butaca cuando esto sucede, pero el público suele agradecer entender el texto de lo que está viendo y yo también.
Estéticamente, la propuesta es minimalista, bien resuelta con un escenario sustentado por cajas de frutas de plástico que, no podía ser de otra manera, son de color verde. A los dos costados de este escenario se sienta la compañía en sendas cajas de frutas que se utilizarán para la escenografía. La música en directo, interpretada por la propia compañía, a veces nos hace perder algún verso, pero en general ayuda a dar agilidad a la trama en sus partes más retóricas. El vestuario, neutro, está pensado para los rápidos cambios de personaje. Por lo demás, el peso de la obra descansa sobre los hombros de los actores y actrices de la compañía.
Sara Moraleda crea una enérgica Doña Juana/Don Gil, a la que complementa Rafa Maza con un bien trabajado Don Martín. Jorge Muñoz aporta temple y gracia con su Caramanchel, Natalia Erice está muy viva con su doble papel de Doña Clara y Quintana y Samuel Viyuela está muy divertido creando dos estereotipos con sus papeles de Don Juan y Don Pedro. Mención aparte merece el trabajo de María Besant, auténtica actriz cómica, quien me enamoró con su Doña Inés. Tiene un don natural para la comedia y dota a su personaje, bastante plano sobre el papel, de una vida y una gracia añadida que el texto de Tirso no contemplaba. Voy a intentar no perderme nada de lo que haga esta actriz a partir de ahora.
El montaje de Ensamble Bufo se sustenta en el trabajo actoral y eso exige gran concentración y un enorme desgaste físico. La juventud de la compañía ayuda a que esto se pueda producir, amén del alto nivel interpretativo. Estamos en un montaje en el que nada chirría y lo que destaca lo hace por su calidad, no por demérito de nadie. Bien conjuntados, en equilibrio constante, trabajan en favor de la compañía y el espectáculo, no por el lucimiento personal. El texto funciona como un mecanismo de relojería, perfecto, exacto, con una puesta en escena que respeta el espíritu original de la comedia y consigue que el público se lo pase en grande. Es quizás el punto más álgido la escena de la ronda nocturna, donde llegan a verse hasta cuatro Giles, pero más que destacar escenas en especial, me llamó la atención lo equilibrado del montaje, que juega con los ritmos originales del texto y no procura remendarlo creando escenas llamativas allí donde no las había.
En resumen, agradable descubrimiento para mí el de esta compañía. Un espectáculo que rehuye de los artificios y apuesta por el trabajo actoral, una compañía de alto nivel, muy bien complementada, y una actriz, María Besant, que me sorprendió por su talento cómico innato. Sin duda, un montaje muy recomendable.