La segunda cita con el Festival Olimpia Classic de este 2018 ha sido con un montaje producido por tres compañías oscenses que unieron sus esfuerzos para crear Mucho ruido y pocas nueces Sound Party, versión libre del clásico texto de William Shakespeare. Hacía mucho tiempo que quería ver esta versión de Mucho ruido y pocas nueces. Por varios motivos no había podido ver ninguna de las anteriores representaciones que se han hecho en Huesca de este espectáculo estrenado en 2016. Tenía ganas por ver el esfuerzo en común de las diferentes compañías oscenses que participan en su producción y el resultado final de esta unión. Y la verdad es que el resultado me ha parecido brillante.
Hay que empezar haciendo afirmaciones contundentes y quitándonos los complejos de encima: este espectáculo podría hacer temporada en cualquier capital europea. No es un espectáculo excelente, pero sí tiene brillo, es vital, respetuoso con el texto original de Shakespeare y con el espectador, que es mucho más de lo que pueden decir otras adaptaciones del bardo de Stratford. La versión de Alfonso Palomares, quien adapta, dirige y suele protagonizar esta versión, es fiel al espíritu del texto original y ha aligerado el texto en las farragosas y prescindibles referencias a la mitología griega y romana, haciendo hincapié en los aspectos cómicos del texto, obteniendo como resultado una acción más ligera y directa.
Y es que si algo tiene bueno el texto de Mucho ruido y pocas nueces es que Shakespeare nos lleva en un instante de la comedia a la tragedia y tras unos versos, nos lleva de vuelta a la comedia. Esos cambios de registro se han suavizado en este montaje que apuesta por la comicidad y que deja el momento dramático enmarcado en una sola escena, la de la boda fallida. Es una decisión que pone coherencia en el trabajo, pero ello comporta una cierta rebaja en el juego de contrastes, es decir, mientras que Shakespeare nos lleva del drama a la comedia y viceversa, Palomares nos lleva de la comedia al clown y de vuelta a la comedia. Cuando el drama es ineludible, el espectáculo entra en ella pero sólo se mantiene en la orilla, lo justo y necesario para mojarse los pies. Quizás sea este aspecto el mayor defecto (sí, tiene defectos, no todo van a ser aciertos) de este montaje que, para mi gusto, debería ahondar aún más en el momento dramático. El resultado final es, pues, un espectáculo amable que huye de meterse en camisas de once varas y que se centra en lo más importante del texto, la comedia, dando como resultado final una función que deja al espectador con una sonrisa en el rostro y la sensación de haber visto una buena obra de teatro.
La puesta en escena es sobria pero no le falta nada, tiene todo lo que esta comedia pueda llegar a necesitar. En ese sentido han sabido sintetizar el espacio y adaptarlo a unas circunstancias cambiantes, pues está diseñado para poder llevarlo literalmente a cualquier tipo de escenario o recinto. Y aquí es donde creo que reside la clave de Mucho ruido y pocas nueces Sound Party, el hecho de que ha de tener en cuenta muchas variables. No sólo tiene que adaptarse a muchos tipos de espacio, sino que también tiene que interactuar con el público en algunos momentos. Eso en el Olimpia tiene mala solución, porque es el típico teatro a la italiana, lo que significa que tanto público como espectadores ocupan sus sitios, enfrentados unos a otros, y es complejo romper esa relación. Por eso creo que este espectáculo seguro que mejora aún más y cobra todo su sentido en espacios inusuales, fuera de las rígidas estructuras del teatro tradicional, allí donde se puede desplegar todo el potencial de la compañía, que es mucho y muy bueno.
Porque de nada sirve tener un buen texto y una buena propuesta si los intérpretes no están a la altura y en este caso lo están. Vaya si lo están. Los siete, sin excepción, construyen personajes coherentes, sólidos. La elección del reparto ha jugado tanto a favor del montaje como a favor del intérprete, se nota que el director es un actor que conoce bien el oficio y las fortalezas de sus compañeras y compañeros de trabajo. JJ Sánchez, sustituyendo en esta ocasión a Alfonso Palomares, despliega una enorme paleta de recursos cómicos en sus dos personajes, Benedicto y Dogberry, que son los dos caramelitos del texto, Amparo Nogués desarrolla una deliciosa interpretación de Beatriz, Kike Lera está en su salsa como Don Pedro y delicioso en las canciones, Pilar Barrio pone ironía y humor fino y da entidad a un personaje muy difícil porque transita por diferentes niveles de sutilidad, Elena Gómez está divertidamente malvada y deliciosamente ausente, respectivamente, en sus dos personajes, Macarena Buera González encarna a una Hero de la que muchos nos podríamos enamorar y Manuel López tiene que lidiar con el papel menos agradecido, pero le consigue insuflar vida a un carácter que sobre el papel es bastante plano. Insisto: es uno de los repartos más equilibrados que he visto en muchos años.
En resumen, espero que la unión de las tres productoras/compañías tenga continuidad en el tiempo con más proyectos. La solidez de este espectáculo demuestra que la unión ha sido provechosa y es importante que, cuando hay talento y trabajo bien enfocado, esto se transmita en funciones que gustan al público y que respetan el espíritu del texto. Volveré a verla siempre que pueda, disfruté como un crío.