Imágenes: Luis Castilla
La décima edición del Festival Olimpia Classic arrancó el pasado viernes con la versión de Otelo de la Compañía Clásicos Contemporáneos. Julio Fraga firma la puesta en escena de esta versión libre del texto de William Shakespearte, una adaptación realizada por Sergio Rodríguez en la que se reduce el número de personajes para adecuarlo a una compañía más pequeña, sostenible económicamente. Los tiempos son duros para la cultura en España y el teatro es una de las artes que más se han resentido. Irónicamente, mientras se clama a los cuatro vientos la recuperación económica, los recortes en cultura siguen y van a más. Como no veo síntomas de rebeldía, vamos a tener que acostumbrarnos.
Antes de entrar a valorar el espectáculo, debo agradecer la iniciativa de la Compañía Clásicos Contemporáneos. Adaptar Otelo no es tarea fácil, menos aún hacerla clara y diáfana para el público actual. Los giros lingüísticos del original, las referencias a deidades griegas y latinas, hacen que para nosotros haya pasajes casi ininteligibles, referencias que han sido eliminadas o adaptadas. La acción gana así en ligereza argumental, pero pierden peso algunas de las motivaciones de los personajes. Otelo es una suave tela de araña argumental que pierde fuerza cuando desaparece alguno de sus hilos. A pesar de lo positivo que es poder acercar un texto de esta importancia a un nuevo público, también hay aspectos negativos. El principal es que, debido a la nula política teatral española, es muy probable que la gran mayoría del público sólo tenga esta ocasión para ver un montaje de una de las obras más importantes de Shakespeare, en los próximos diez o veinte años. Es decir, sólo habrán podido ver una adaptación, no el texto original. Esta triste realidad debería servir como reflexión para las compañías que quieran llevar clásicos a escena.
Julio Fraga asumía, pues, la enorme responsabilidad de adaptar a Shakespeare y servirnos una lectura del clásico que nos lo hiciera más claro y cercano. Él mismo afirmaba que “a la hora de abordar esta versión libre del clásico hemos trabajado sobre seis elementos esenciales: la crítica al poder, la corrupción, la venganza, el racismo, el clasismo y el machismo… Esas son las claves de nuestro espectáculo”. Añadía también otro ítem en la ecuación, la duda: “este Otelo tira de vísceras y envenena todo pensamiento limpio hasta pudrirlo y cuando ya no hay más remedio la amputa como redención sin venganza sobre el que emponzoña sino sobre uno mismo, que es en definitiva víctima y verdugo sus propias acciones. En resumen este es mi Otelo: la duda”. Y es aquí donde empiezan mis discrepancias con la propuesta escénica que nos brinda Julio Fraga con este Otelo.
Shakespeare fue un dramaturgo que escribió sobre los grandes temas que siempre han preocupado a la humanidad y en cada uno de sus textos encontraremos delicados retratos de todos y cada uno de los defectos humanos. Sin embargo, según mi opinión, la duda no es el tema central de Otelo, sino la envidia. La envidia en todos sus grados pero por encima de todo en las variantes que afectan a Otelo (los celos) y a Yago (la ambición), no la duda, lo siento. La duda y la venganza son los temas centrales de Hamlet, mientras que la corrupción es un tema recurrente en la obra del dramaturgo, siendo el eje de obras como Medida por medida o Tito Andrónico, entre muchas otras. Incluso la hipocresía tiene un claro ejemplo mejor en Timón de Atenas.
A todo esto hemos de añadir que Otelo es, de todas las obras de Shakespeare, la que menos subtramas contiene, casi ninguna. Es fácil, pues, adaptar el texto, quitar escenas y personajes que no aportan nada importante al drama. Lo complicado es intentar que diga algo diferente a lo que realmente quiere decir el dramaturgo. Toda la estructura de la obra, sus puntos de inflexión, su estructura interna, nos llevan hacia un desenlace que no por previsible es menos impactante. En esta adaptación ese crescendo dramático no se advierte, no hay una sensación de inevitable drama, la tragedia se adivina pero no llega a traspasar el proscenio. Toda la fuerza se disuelve como un azucarillo. ¿Por qué?
Porque es un terrible error enfocar la historia de Otelo, por mucho que sea una adaptación, a un tema que no es el que desarrolla. Ya lo he escrito más arriba: Otelo es una magnífica tela de araña argumental tejida alrededor de la envidia. Si les quitamos a los personajes su motivación para meterle otra con calzador, el texto chirría. Es como llenar el depósito de un vehículo con motor diésel con gasolina sin plomo.
La escenografía y el vestuario tampoco ayudan demasiado, la verdad. A pesar de que la idea de la estructura metálica es interesante, la realidad es que la puesta en escena no aprovecha al máximo los recursos narrativos que nos puede proporcionar, por no mencionar que a principios de los 90 ya se vieron unas cuantas adaptaciones de Shakespeare, entre ellas el Ricardo III de Cheek By Jowl dirigido por Declan Donnellan o el Hamlet dirigido por Patrice Chéreau, que utilizaban este recurso, algo muy usado en esa década, como lo fue también en los 70. Sin ir más lejos, en la televisión pública fue usado por Comediants primero (1976) y por Els Joglars después (1977) en el programa de televisión Terra d’escudella (RTVE/Miramar). Entiendo que es un recurso fácil y barato de tener una escenografía útil, pero al no haberla modificado es demasiado ruidosa y distrae al público. El vestuario sigue la estela de la escenografía, no aporta nada que no conozcamos ya, es útil, rápido y sencillo y no aporta nada nuevo a la historia siendo su sentido práctico lo más destacable.
A pesar de ese enfoque que no ayuda en nada al texto, en algunos momentos la obra alcanza niveles de gran interés. El trabajo de Antonio Dechent (Otelo) y Josu Eguskiza (Yago) consigue crear momentos muy notables, matizados y llenos de energía, especialmente cuando ambos coinciden en escena y Yago siembra en Otelo la sombra de los celos. El resto del reparto transita entre lo profesional, lo justito y el error de reparto (yo nunca considero que un actor está mal en un papel, sino que es un error de reparto). Siempre he creído que Otelo debería titularse realmente Yago, pues es el envidioso trepa quien lleva el peso de la obra, por eso me sorprendió que Dechent, que es el actor con una trayectoria más conocida por el público, fuera el intérprete que encarna a Otelo, pero desde el principio de la adaptación Josu Eguskiza deja muy claro que se merece ser Yago. A pesar que en la función del Olimpia hubo un bajo nivel de energías y concentración, ambos supieron sacar momentos de gran interés a sus personajes.
En resumen, Otelo es un espectáculo cuyo resultado final es, según mi opinión, un aprobado. Dechent y Eguskiza son lo más destacado de un montaje que no aporta nada nuevo a la historia del Moro de Venecia en una adaptación que consigue acercar el clásico al público contemporáneo. Sé que la compañía quiere dar un salto cualitativo con este Otelo, pero me temo que no han sabido medir bien el terreno y el impulso necesarios. No pasa nada, la mayoría del público es menos exigente que yo y estoy seguro que este montaje de Otelo tendrá un amplio apoyo por parte de los espectadores.
Un comentario aparte merece la Compañía de Clásicos Contemporáneos. Espero que este delicioso grupo de locos (porque hace falta estar loco para impulsar una compañía teatral en la España del Siglo XXI) siga con este proyecto que cuenta ya con una interesante trayectoria. Apostar por mejorar espectáculo a espectáculo, rodearse siempre de los profesionales más adecuados para cada proyecto y reflexionar seriamente sobre cada texto. Hacen falta muchos locos como ellos. Por salud mental, por el bien del teatro y por la preservación de la cultura.