Ayer a medianoche, el recinto de peñas de Huesca recibió la primera gran actuación de las fiestas de San Lorenzo. Loquillo subía al escenario vestido con su habitual traje negro, pañoleta verde atada al pie de micro, y se plantó ante el público, todo actitud. No hace falta decir a estas alturas del partido que Loquillo es la figura más grande del Rock’n’roll nacional, no sólo la más alta, sino la más grande. Salió al escenario y lo llenó con su presencia. Sigue manteniendo ese porte arrollador que le hizo brillar al principio de su trayectoria musical y no ha perdido ni un ápice de su personalidad escénica.
Seamos sinceros, Loquillo nunca ha tenido una gran voz. No le hace falta. Él es exactamente lo que canta: una Rock’n’roll star, y como tal se comporta. No es como otros cantantes, no crea un personaje en el escenario, él es así. Y le amas o le odias, no hay medias tintas, tampoco en sus directos. Subió al escenario dispuesto a pasárselo bien y a hacérselo pasar a los demás y doy fe que lo consiguió. Un poco encorsetado en su propia actitud al principio del concierto, poco a poco fue disfrutando y con él se fueron contagiando primero la banda y luego todo el público.
Y no lo tenía fácil. Son muchísimos años de trayectoria musical, pero los grandísimos éxitos de Loquillo son casi todos de hace más de 25 años. El público, heterogéneo, reunía a un gran número de aficionados que siguen al cantante desde los 80, pero también a un gran número de veinteañeros, chicos y chicas que quizás fueron engendrados en un viejo Cadillac segunda mano, en la ladera del Tibidabo o en su versión oscense, pero que se conocen todas las canciones del Loco. No es fácil llegar a tantas generaciones de espectadores y conectar con ellos. Eso está en manos de poca gente.
El Loquillo de siempre
Plantado con firmeza en el escenario, arropado por su banda y, como El Duque (John Wayne, para los más jóvenes) feo, fuerte y formal, fue desarrollando una sólida track list que empezó con una selección de sus temas más recientes y algunas pinceladas de algunos temas de siempre, para hacer guiños a los más antiguos de sus seguidores. Hace unos años, en una entrevista, me confesó que en un escenario tiene que ser el más grande porque si no es así das a entender al público que cualquiera puede hacer lo que está haciendo. Esa es su actitud y la cumple a rajatabla. Sólo el Loco puede actuar como Loquillo y viceversa.
El primer gran momento de euforia del público llega con El rompeolas. Gritos, emoción, y cuerpos agitándose al ritmo de una canción que ya es un clásico. Luego van apareciendo otros temas, El hombre de negro, Rock and Roll star, La mataré, Ritmo de garaje, se van alternando con otros temas más recientes. El espectáculo, perfectamente estudiado y medido, va creciendo en emoción y a esas alturas El Loco tiene al público agarrado del pescuezo, por no decir otra parte de la anatomía, y no les va a soltar. La banda que le acompaña, sólida, efectiva, los técnicos, con un sonido claro, nítido, sin distorsiones, y una iluminación espectacular, se encargan de que el ritmo no decaiga. No hay tiempos muertos, todo está milimetrado, las canciones hacen bajar la intensidad justo antes de que llegue uno de los grandes éxitos, para que la euforia se multiplique. Precisión suiza.
Rock’n’roll actitud
El Loco enciende un cigarrillo y canta pitillo en mano, como hacían Dean Martin y luego se copió Sinatra. Él se lo puede permitir. El Loco sonríe, está eufórico, es un gran concierto y se lo está pasando bien. Está encarando el final del concierto y la gente lo sabe, se nota en el ambiente que lo mejor está aún por llegar. Esto no es Hawai (que wai), Quiero un camión, Feo, fuerte y formal y Cadillac Solitario como punto y final.
Cadillac Solitario es un himno y como tal se debe cantar, con reverencia y devoción, dándolo todo. Loquillo se arrodilla, no es falsa modestia, es lo que le pide el cuerpo. Nunca ha tenido la necesidad de ser humilde, es sólo que es imposible gritar ese mítico “Nena” de pie. Nadie lo sabe hacer como Loquillo. Punto y final en el punto más álgido. Dos horas de concierto, tiempo exacto para dejar un excelente sabor de boca y salir por la puerta grande.
Una banda a medida
Loquillo ha sabido crear una banda a su medida. Cuando canta el estribillo de Ritmo de garaje lo puede hacer con orgullo: él tiene una banda de Rock’n’roll y se la ha hecho a medida, como el traje negro: Igor Paskual, Josu García y Mario Cobo a la guitarra, Alfonso Alcalá al bajo, Laurent Castagnet a la batería y Raúl Bernal a los teclados. Juntos son una formación sólida, bien balanceada, ajustada al milímetro y que siempre suman esfuerzos para que los compañeros brillen y para hacer brillar al Loco. Estamos, probablemente, ante el mejor directo de una formación española.
Volviendo a casa para escribir la crónica, coincido por el camino con una pareja de amigos y sus tres hijos, el más pequeño de tres años. Los cinco llevan su camiseta con el pájaro loco, el símbolo que identifica a Loquillo desde hace cuatro décadas. Las cinco camisetas son diferentes, cada una tiene su historia. La pareja me explica que el primer concierto al que fueron juntos fue a uno del Loco y que en otro de sus conciertos se dieron el primer beso. En eso se resume todo: sus canciones forman parte de la banda sonora de nuestras vidas. Y sigue en forma, el jodido.