Homenaje a José María Velázquez Gaztelu
Pedro Heredia el Granaíno (cante)
Paco Heredia (guitarra)
26 de mayo de 2016
Primavera Flamenca de Huesca

 

Ni siquiera en el flamenco, que canta las fatigas del ser humano y ahonda en el sabor del dolor, es fácil decir adiós. Asumir que todo acaba, carajo. Y que hay que esperar otro año para remover las entrañas de esta capital oscense, tan ávida de la magia de lo inexplicable. Así las cosas, el homenaje a José María Velázquez-Gaztelu y el recital de cante flamenco clásico de Pedro Heredia El Granaíno con Paco Heredia a la guitarra hicieron más llevadera la conclusión.

El homenajeado recibió complacido una placa de manos de Luis Escudero que conmemoraba su caminito vital trazado al lado del flamenco, acompañado además de un vídeo que recopiló fragmentos de la serie documental que lo encumbró y que todavía lo sostiene con letras de oro, no sin razón, en la memoria de quienes amamos este arte: Rito y geografía del cante (http://www.rtve.es/television/rito-geografia-cante/), que Velázquez-Gaztelu realizó para La 2 de Televisión Española en los años setenta junto a Mario Gómez y Pedro Turbica. Si usted no se asomó a esa ventanita todavía, hágalo: es un testimonio vivo que, como toda memoria, contribuye a desgranar lo que sucede hoy, a pesar de lo que nos apena tanta ausencia femenina en el metraje (¿tardaremos mucho en darnos cuenta de cuánto se pierde el mundoal ignorar a las mujeres?). Se despidió el gaditano con un aplaudido Viva Huesca y vivan los gitanos. Insisto: y las gitanas, le faltó decir, ¿o qué?

Los primeros quejidos aterrizan, templan las cuerdas, acunan los metales y comienza la aleación. Resulta impostergable: el eco del vacío de una prueba de sonido no incluye el calor de quienes te escucharán después, ni de sus expectativas y dolores, así que la medida no cuenta, no sirve, de ahí que el ajuste de la voz, proyectada como un fogonazo por soleares, fuera menester. Empezó el de Graná con un sonido muy saturado. Y ojo: ha sido el único concierto de los tres de ésta XVI edición de la Primavera Flamenca de Huesca en que los oles aparecieron ante el primer quebranto. El Matadero, hasta la bandera para no variar la costumbre, respondía. Por tarantos se lució Paco, creando acaso un balcón imaginario, lleno de enredaderas suculentas que invitaban a quedarse a vivir, al menos por un rato. Por tientos trajo letras de Federico García Lorca que masticó Camarón (nadie puede abrir semillas en el corazón del sueño) y yo me preguntaba con desasosiego dónde andaba Enrique de tanto como olía aquello a Morente. Se fue para su tierra con los tangos de Graná: se fue para el Albaicín y le hablaba chiquitito y tierno a la naturaleza, como quien habla guaraní para decir puras cosas bellas, ante lo bruto del castellano en tierra nativa. Viva Morente y viva Graná, se oyó en la platea. Quien sabe, sabe. Se levanta Heredia por fandangos naturales y se acuerda de Caracol. Y remata por bulerías con un abordaje lúcido y poco común: arremete suave, reservando cartuchos y fuerzas; controla la furia y no se desboca. Es la manera: buscar el pellizco chico, la caricia profunda para apurar los tercios y resolver casi sin querer, goteando semitonos. Tanto contuvo Pedro el ramito de locura que nos faltaron un par de letritas. Pedro, te lo digo con peras y con manzanas: quisimos más, te fuiste demasiado rápido. Nos faltó alargar el sabor amargo que nos interpreta, que nos introduce sin amparo en lo más profundo, salvaje e ignorado de nosotras mismas. Yo me acordé –claro- de Grande, de Félix, que escribía, seguramente braceando ante una copa de tinto:

Y en esas falsetas ardidas de penumbra, en los sonidos negros, en eso quejidos tiritados e impetuosos, en ese taconeo huérfano y tremante, en esos desgarrados cantes tan hinchados de multitudinaria intimidad, sentimos las raíces de la vitalidad y el hilo flamante del tiempo y el cimiento de la memoria, y una oscura caravana de rostros que son, en suma, nuestra vida. Y todo llegó acaso en una soleá, a duras penas dichas por algún cantaor con los ojos cerrados y las manos tensas; llegó abriéndose paso por entre el silencio tumultuoso que los oyentes trabajamos y que la guitarra no interrumpe, sino que agujerea: así tal vez llegó, y por ello y para ello acercamos el vaso, y bebemos un poco más, y al inclinarnos hasta el vino acariciamos con los labios la escama caliente de la felicidad, los húmeros del infortunio, y lo tragamos todo, impacientes, despacio, con un coraje desvalido, y después, sin soltar nuestro vaso, volvemos a escuchar la geológica siguiriya.

Pues eso, señorías: que un año sin flamenco siempre es demasiado. Y aun así, ahí estaremos.

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