Los zaragozanos Ariadna Redondo y El Galgo han sido los encargados de inaugurar el Festival Castillo de Aínsa en una noche que quedará para el recuerdo de los habitantes de la pequeña localidad de Arro.
09.07.2017 – Arro, una pequeña localidad de apenas 50 habitantes situada a 8 kilómetros del núcleo urbano de Aínsa, ha acogido esta noche la primera de las actividades programadas dentro del marco de la XXVII edición del Festival Castillo de Aínsa. La inauguración del Festival tuvo lugar en el escenario que se habilitó para la ocasión en la sala multiusos de la población. Este escenario acogió a los artistas zaragozanos Ariadna Redondo y El Galgo. Unos artistas a priori, muy dispares, que sin embargo consiguieron crear una línea mágica entre sus actuaciones. La versatilidad vocal de la primera, con su personalísima mezcla de géneros musicales y el rock clásico de los segundos se fundieron en un único concierto que resonó por las nocturnas calles de Arro.
Ella, Ariadna, se atreve con todo, por sus manos pasan al piano desde melodías jazzísticas de corte clásico, a sonoridades pop y soul. Toda una muestra de lo que esta camaleónica artista es capaz de hacer sobre el escenario acompañada únicamente de las teclas de su inseparable piano. Fueron un total de quince canciones con las que Ariadna deleitó a las más de 150 personas presentes en el público. Entre ellos, unos emocionados arroínos que por primera vez han tenido la oportunidad de disfrutar de un Festival del calibre del Castillo de Aínsa en su localidad.
Ellos, la banda de rock clásico El Galgo, también llegados desde la capital aragonesa, presentaron las canciones de su álbum Caminar. Entre sus filas encontramos a los músicos Jesús López, Irene Guillén, Nano Albero y Pedro Rubio, todos con una larga trayectoria en bandas de la ciudad. Con ese sabor agridulce que sólo la vida real nos ofrece, sus canciones hicieron temblar los cimientos medievales de Arro y consiguieron eso a lo que todas las grandes canciones aspiran, lograron que pasaran cosas a su alrededor. En su caso fueron un total de diecisiete canciones nítidas y rotundas con las que completaron una noche mágica que comenzaba al color de la hoguera y terminaba a golpe de batería rock.