Ante todo debo afirmar que Zenit. La realidad a su medida es un muy buen espectáculo teatral. Lo digo nada más empezar, porque no quiero que nadie se lleve una impresión errónea de esta reseña. Pocos montajes mejores que este veremos durante los próximos dos o tres años en el Teatro Olimpia, por no decir posiblemente ninguno. Y sin embargo…

No es suficiente. No para Els Joglars. Ni para mí. Els Joglars ha sido durante décadas la mejor compañía de teatro que ha habido en España. Y lo ha sido con mucha diferencia respecto a las demás. Durante los duros años setenta se fue labrando una merecida fama que eclosionó ya en los 80 con montajes que les colocaron en la élite del teatro europeo. Obras como Operació Ubú (1981), La Torna (1977), El Nacional (1993), Els virtuosos de Fonteneblau (1985), Yo tengo un tío en América (1991) o Àlias Serrallonga (1974), sólo por citar mis favoritos, forman parte de la historia del teatro por méritos propios. Els Joglars es ese alumno aventajado que siempre saca matrículas de honor o sobresalientes. Me temo que esta vez, no. Esta vez deberán contentarse con un notable.

Escena de Zenit, de Els Joglars.

Y eso que Zenit tiene algunos de los mejores momentos teatrales que le he visto a la compañía en toda su trayectoria. En los primeros compases de la obra nos explican en una espléndida pantomima ilustrada con música de Tchaikovsky la historia de la humanidad narrada por los cronistas de esas épocas, desde las pinturas rupestres hasta los atentados de las Torres Gemelas. Es ésta una escena magistral que arranca el aplauso espontáneo del público. Pero tras ella, el texto, que no la puesta en escena, cae en un valle que no llega a cubrir las expectativas que uno tiene ante un montaje de Els Joglars. Le falta mordiente, mala leche, sátira, en definitiva. Y eso que hay algunos momentos realmente brillantes, como el vídeo de la decapitación, la conversación en la azotea de los de mantenimiento o la excepcional escena del accidente de tráfico, pero insisto en que en general al espectáculo le falta precisamente aquello que siempre ha caracterizado su teatro: la sátira despiadada.

Y es que Els Joglars han sido los Pepito Grillo de un país demasiado acostumbrado a enorgullecerse de su propia ignorancia, el sabino que susurraba al oído de los poderosos «¡recuerda que eres mortal!», la mosca cojonera de una sociedad autocomplaciente. Con la manipulación de la verdad y el asalto al poder a través de los medios de comunicación tenían un material para no dejar títere con cabeza y en Zenit se han limitado a rascar la superficie. El foco de Zenit está puesto en la deriva del oficio de periodista, profesionales que han dejado de investigar en busca de la verdad para pasar a luchar por conseguir más likes que nadie, pero ese es un foco erróneo. Por definición, el del periodista siempre ha sido un oficio de oportunistas, aves de carroña y charlatanes dispuestos a vender su alma por un plato de lentejas. Lo vimos en Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941), en las diferentes versiones de Primera Plana, una obra de teatro de Ben Hecht y Charles MacArthur que ha sido llevada al cine en cuatro ocasiones [Un gran reportaje (Lewis Milestone, 1931); Luna Nueva (Howard Hawks, 1940); Primera Plana (Billy Wilder, 1974); e Interferencias (Ted Kotcheff, 1988)], lo hemos visto en El gran carnaval (Billy Wilder, 1951) o incluso en La dolce vita (Federico Fellini, 1960), casi todas ellas más incisivas que Zenit. Pero eso, en los tiempos que corren, es quedarse en la superficie. Aquí tocaba destripar a los Cebrianes, los Pedrojotaramirez y los Pacomarhuendas, personajes siniestros de la historia española que han manipulado la información a su antojo, mostrar las vergüenzas de los que, bajo iniciativa propia o bajo las órdenes de otros más poderosos, manipulan, tergiversan y reinventan la realidad diaria convirtiendo, de facto, esta democracia que nunca ha sido en una dictadura que nunca se reconocerá como tal. La sátira es eso: disparar contra el poderoso. Lo otro, mejor o peor, es simple comedia y lo puede hacer cualquiera.

Ramon Fontserè y Pilar Sáenz.

Visualmente, Zenit es un espectáculo impecable. Su puesta en escena es de una elegancia y una efectividad sublimes. Ya he comentado la pantomima inicial, un soberbio ejercicio de síntesis, una concatenación de elipsis que nos explican en apenas cinco minutos la historia de la humanidad. Durante todo el montaje las diferentes escenas contienen esos detalles de excelencia a los que nos tiene acostumbrados Els Joglars. Culmina el espectáculo en un final apoteósico, el mejor que he visto en un montaje de la compañía, una potentísima metáfora visual resuelta contundentemente. Sólo por esa escena, vale la pena pagar la entrada.

El trabajo actoral es, sencillamente, de un rigor y una elegancia exquisitos. La compañía actúa exactamente como eso, una compañía, todos remando en la misma dirección. No hace falta volver a repetir que Ramon Fontserè es uno de los mejores actores del país, pero me gustaría reivindicar el trabajo de Pilar Sáenz, también una de las más versátiles actrices españolas, Xevi Vilà, quien resuelve con excelente oficio cualquier personaje que le propongan, Julián Ortega, actor polivalente y creíble en todos sus personajes, Juan Pablo Mazorra, que compone un delicioso becario y Dolors Tuneu, quien resuelve con enorme oficio las diferentes situaciones de sus múltiples personajes.

En definitiva, Zenit es un espectáculo notable dentro del panorama teatral español, pero de perfil bajo para la trayectoria de Els Joglars. Quizás piensen que exijo demasiado, pero es que a los alumnos más brillantes hay que exigirles siempre el máximo.