Desde el día en que abrió sus puertas, hace ya seis años, la última canción que suena en El Veintiuno cada noche es Turnedo, de Iván Ferreiro. El artista gallego también ha actuado un par de veces en la sala oscense, siempre en solitario. Ferreiro ha vuelto a Huesca, esta vez con toda la banda y presentando los temas de su nuevo disco, Casa. Las dimensiones del espectáculo hacían imposible encajarlo en El Veintiuno, así que el lugar elegido para celebrar este sexto aniversario fue el escenario del Palacio de Congresos.
Iván Ferreiro apareció en el escenario con una copa de vino tinto en una mano, acompañado de una de las bandas mejor conjuntadas de la escena musical española y con una excelente colección de canciones que mostrar a un público que prácticamente llenó el aforo del recinto. Sentado frente a su teclado, arrancó el concierto con Dioses de la distorsión, una de las canciones de Casa. Siguió El Bosón de Higgs y continuó con Casa, ahora vivo aquí, también de su último álbum. Ferreiro aprovechó para explicar al público que éste era el tercero de los conciertos de su nueva gira y pedía perdón de antemano porque el espectáculo no estaba muy rodado. Lo cierto es que, a pesar de sus temores, el conjunto sonó perfectamente acoplado, con un sonido que rozó la perfección, funcionando con la implacable efectividad de un reloj suizo. Lo único que sí requiere algún retoque en alguna canción es el diseño de luces, pero sólo eso, un pequeño ajuste.
El público parecía frío al principio, pero eso es producto del hecho de que estaban cómodamente sentados en las espléndidas butacas del Palacio. Una tras otra fueron apareciendo las canciones de la set list de un concierto muy generoso. Inerte fue el primero de los temas que nos trajo a un Ferreiro más íntimo, el que es capaz de construir canciones aparentemente sencillas, pero que encierran auténticas cargas de profundidad destinadas a remover nuestras emociones. Tras esta pausa de bálsamo, aparece un medio tiempo como Toda la verdad, seguida de Canciones para el tiempo y la distancia y Pájaro azul, para seguir con la excelente El viaje de Chihiro, que marcó el primer punto álgido del concierto. Ferreiro aprovechó para explicarle al público que no le molestaba si alguien quería ponerse en pie, que no se sintieran obligados por la litúrgica de estar en un teatro. Incluso, en un momento del concierto, llegó a hacer broma por el hecho de que una persona del público parecía estar tapada con una manta. Ese efecto distanciador de un público sentado en cómodas butacas hizo que tanto el cantante como el conjunto de músicos de la banda se tuvieran que esforzar para meterse a la audiencia en el bolsillo. Y lo lograron.
Abrió con Todas esas cosas buenas un bloque de cuatro canciones de su último disco. Esta canción y La otra mitad nos devolvieron al Iván Ferreiro más poético, constructor de delicadas estructuras musicales desarrolladas alrededor de una voz poco usual, pequeños bombones que hay que saber degustar uno a uno. Laniakea, en cambio, es una joya contundente que está llamada a quedarse eternamente en su repertorio. Dies Irae, canción que compuso para la trilogía literaria de César Pérez Gellida Versos, canciones y trocitos de carne, puso una nota de contundencia que sirvió de punto y aparte para lo que iba a venir.
Santa adrenalina, Tupolev, Extrema pobreza, El viaje a Dondenosabidusientan, NYC… Las canciones iban fluyendo, pero el público esperaba a que llegaran los grandes éxitos de Iván, que no siempre coinciden con las que este cronista considera sus mejores canciones. El pensamiento circular sirvió como revulsivo para un público que empezaba a despertar de su aparente letargo. Salen los músicos del escenario y tras la esperada petición del público, vuelven a aparecer para encarar los bises.
La espléndida Farsante abre el fuego de una lista de canciones que harán que el público poco a poco se vaya levantando de las butacas. Espectáculo hizo que buena parte del público empezara a cantar. A pocas butacas a mi izquierda, una muchacha canta la canción mientras observa el concierto. Eso es lo único que le faltó al concierto. El hecho de que las entradas sean numeradas y de asiento impidió que, por pudor o vergüenza, hasta ese momento, los auténticos fans de Ferreiro se metieran de verdad en el concierto. La magia que desprende Espectáculo hizo posible que ese público por fin se decidiera a disfrutar. Años 80, que es casi un himno generacional, acabó de conseguir la catarsis de un público, ahora sí, entregado totalmente, dejando sus butacas y bajando por los pasillos, poniéndose en pie en sus asientos, siguiendo con las palmas las canciones, cantando las letras. Cómo conocí a vuestra madre marcó el primer “momento karaoke” de la noche, con un público sediento de corear canciones. Primer amago de finalizar el concierto, Ferreiro agradece y felicita a Luis Costa por su trabajo frente a El Veintiuno y Los restos del amor ponen el aparente punto y final de la velada. La banda sale del escenario entre una gran salva de aplausos.
El público insiste e Iván aparece por tercera vez en el escenario, vuelve a saludar con una copa de vino, y se sienta ante el teclado. Río Alquitrán fluye por el auditorio y todos esperan que suenen canciones que han estado esperando toda la noche. Una de ellas es SPNB, bellísima canción que mejora con los años, que prologa a Promesas que no valen nada, la única concesión de Ferreiro a su etapa en Los Piratas, seguida, sin solución de continuidad, por una inesperada versión de Insurrección, de El último de la fila.
El dormilón causó auténtico furor entre el público, que coreaba y bailaba sabiendo que el concierto estaba llegando a su fin. Como no podía ser de otra manera, una sesión en El Veintiuno sólo acaba cuando suena Turnedo. Y sonó. Y el público cantó como si no hubiera un mañana. Dulce punto y aparte para una fiesta de aniversario que continuó en la propia sala, llena a rebosar, tanto que no pudimos entrar. Dentro Eva Amaral, otra buena amiga de la sala, ejercía de D.J.
Al final, a altas horas de la madrugada, en cierta sala de la calle Padre Huesca, volvió a sonar Turnedo. Era la señal para el público de que tocaba desfilar hacia casa.
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