Nanjazz
Compañía FLMKA Amor Sánchez
Primavera Flamenca de Huesca
19 de Mayo de 2016

Iniciar un ciclo tirando de estrellas consagradas en el firmamento tiene una nada desdeñable doble cara: si bien, por un lado, el puntal que supone Mayte Martín solventa dudas respecto al arraigo de la Primavera Flamenca Oscense en el panorama del duende en Aragón, por otro coloca el listón a más de cuatro metros del suelo. Y eso, ya se sabe, no lo salta cualquiera.

Sea como fuere, la segunda jornada del festival que nos ocupa, prometía. Y uso el pretérito imperfecto porque refleja el deseo común de la sala del Matadero, hasta los topes de nuevo, de que así fuera. Que conste que hablo desde mi pacto ficcional, desde mi propia herida, desde mis referentes –inconexos, antiguos, híbridos, titubeantes- y que siempre acude a mí esa vaina que dice que todxs somos, de alguna manera, mestizaje. Vaya por delante esta declaración de intenciones.

La noche comenzó con sorpresa: y no sólo porque una sea fan de Gerardo López Pontaque (Aragonian) y sienta que jamás escuchó una trompeta tan dulce, un sonido tan exquisito y respetuoso. Improvisó a oscuras, en el debut de una formación creada para esa noche (aunque con idea de continuidad), sobre el piano de un Nano Giménez que crecerá y se multiplicará y ojalá podamos verlo. Ese martinete acallado y dulzón –inspiración de aquel de Jerry González y Niño Josele- era la avanzadilla de los poquitos temas compuestos por el pianista que vinieron después: por alegrías, por bulerías, y unos tangos finales casi caribeños que nos obligaron a mover la estructura ósea. Un tumbao hecho a mano.

amor sánchez nanjazz

Claro, hay un tema no menor: que quien cantaba era Raúl Giménez Molotes, cantaor local, ganador del II Concurso de Flamenco para Aficionados Ciudad de Zaragoza en 2014 y telonero de Juan Rafael Cortés Santiago Duquende en la edición de 2015 de este mismo festival. Un detalle no menor, decía, porque esa garganta oscense es una de las joyas de la capital, ésas que siempre se comprometen con el espacio físico y simbólico que conforman. Con Nanjazz no fue diferente.

Como fórmula básica de conjunto apreciamos un fraseo repetitivo pero sabroso, un repiqueteo tenaz y quiebres dibujados en el aire que no siempre salen. A los temas se les ven las costuras pero y qué tanto. Se percibe la estructura y le falta el ensamblaje que da rodar el grupo, pero vaya si tiene potencial. En todo caso: qué buenas cuerdas autóctonas, jazzeras, flamencas, sonoras al fin, a las que amarrarse y seguir soñando.

Y aquí, en la segunda parte, arde Troya: si un acorde de seguiriya suena con un fondo de Windows proyectado al fondo, ¿moriremos pronto? Estoy convencida de que tiene que resultar bien complicado preparar el escenario para una compañía tan numerosa (en torno a veinte artistas sobre las tablas), pero eso no debería ser un cheque en blanco para que la puerta de los camerinos pareciera una de las del Ministerio del Tiempo, de tanto tráfico como tenía. Cambiar el esquema atmosférico, lumínico y sonoro, al público, no le compete. Para otra ocasión, propongo hacer un descanso como en la ópera y que nos manden a la calle a organizar un corrillo para bailar por bulerías en lugar de ver cambiar micrófonos y quitar y poner sillas sin echar siquiera el telón. Más de una se lo agradeceríamos a la organización.

amor sánchez

Salvando la logística, no perdamos de vista que la siguiente actuación, la de la Compañía FLMKA Amor Sánchez, ponía en funcionamiento su primer espectáculo, Desde el corazón, a modo de ensayo general previo a la presentación del próximo 5 de junio en el Teatro Principal de Zaragoza.

Qué decir: sí es pertinente la valentía para crear tan cuantiosa compañía, mas no siempre confluyen en una única dirección tantos elementos sobre un escenario que se quedaba pequeño para las ambiciones del equipo. Sí hubo compás, sí había efectismo, sí palpamos intensidad. Y sí, definitivamente, también era muy visual. Pero la combinación de los ingredientes es la clave para que el potaje salga como queremos. Mi alma se tuvo que ir a extrañar esa magia que explicaba Barenboim para sorprender al público en el crescendo de la orquesta: anticiparse a la predisposición mental de lo lógica y armónicamente esperable. Y eso, no pasó.

Algún rato me convencí; pero la mayoría me trajo el sabor de tablaos amañados y cambios de rasante encajados con calzador y no pude conectar. De todos modos, si el corazón y la ambición son amplios, el recorrido está asegurado. Y las primeras espadas (Josué y José Barrés, David Giménez, Jesús Tejero, por citar algunos, así como un cuerpo de baile entregado aunque no siempre atinado) que acompañan a Sánchez no deberían presagiar lo contrario. No es una tragedia: a veces, pasa. Que el jaleo no es suficiente. Y el hechizo se desmorona.

Lo más interesante, todo hay que decirlo, es la propia protagonista: la bailaora Amor García Sánchez (Madrid, 1982), tan vehemente, tan visceral, tan flamenca. Aunque una no llegue a comprender esa obsesión por los pies y por el ruido –aunque sí por los remates-, con esos brazos y manos bellas que se mueven como palomas -que diría Matilde Coral-, como alberga. Ella es ese temperamento que, quizá, tenga una misión. A esas estrellas y a sus cometidos no conviene perderlas de vista, aunque no siempre resulte.